Francisco Ruiz González. Analista del IEEE – Arranca en Rusia la nueva Presidencia de Vladimir Putin


MADRID, 1 (OTR/PRESS)

El pasado 7 de mayo Vladimir Putin juró su cargo como Presidente de Rusia, regresando al puesto que ya ocupó de 2000 a 2008. En el ámbito de la política exterior, no cabe duda de que el Presidente saliente Medvedev ha sido percibido en Occidente como una figura más conciliadora que Putin, lo que ha rebajado la tensión producida por la Guerra de Georgia en agosto de 2008. Por ello, se ha venido especulando sobre las posibles consecuencias de la vuelta al Kremlin de Putin, dada su imagen de inflexibilidad. En todo caso, la realidad es mucho más compleja, y no se debe considerar que Occidente y Rusia se encuentren irremisiblemente abocados a una nueva etapa de tensión. De entrada, cabe recordar que el primer periodo de Putin estuvo marcado por sus intentos de colaborar con Occidente en cuestiones de interés común, en especial en la lucha contra el terrorismo tras los atentados del 11-S, y que las relaciones se intensificaron tanto con la OTAN como con la Unión Europea. Sin embargo la recuperación económica de Rusia, basada en la subida de los precios de los recursos energéticos, y su vuelta a un estatus de gran potencia, coincidieron en el tiempo con un creciente desencuentro con Occidente, cuyo principal catalizador fueron las llamadas Revoluciones de Colores en Georgia, Ucrania, y Kirguistán.

Como resultado de esos procesos, que Moscú consideró alentados por Occidente, llegaron al poder dirigentes reformistas abiertamente contrarios a Rusia y a sus intereses. Por ello, en el periodo 2006-2008 se gestó un enfrentamiento latente con eventos como: la primera guerra del gas con Ucrania; el duro discurso de Putin en la Conferencia de Seguridad de Múnich; la crisis con Estonia por la retirada del monumento al soldado soviético; la decisión rusa de suspender la aplicación del Tratado FACE de desarme convencional; la declaración unilateral de independencia de Kosovo; el fallido intento estadounidense de incorporar a Ucrania y Georgia a la OTAN en la Cumbre de Bucarest; y la mencionada guerra en el Cáucaso. A partir de ese momento, y ya con Medvedev como Presidente, cabe destacar como hitos favorables: la mejoría de las relaciones con Ucrania y Polonia; los esfuerzos negociadores de Armenia y Azerbaiyán sobre el conflicto de Nagorno-Karabaj; la suspensión de la venta de los misiles antiaéreos S-300 a Irán en represalia por el programa nuclear; la reanudación de la actividad del «Consejo OTAN-Rusia» tras la Cumbre de Lisboa de la OTAN; y la puesta a cero de las relaciones con EEUU, con importantes acuerdos como la firma del Tratado START III de limitación de armamento estratégico.

La principal conclusión es que Rusia tiene unos intereses nacionales muy claros y la voluntad de defenderlos, y que su condición recuperada de gran potencia no permite ignorar sus posiciones, como ocurrió en los caóticos años 90. Por ello, en los próximos seis años de mandato de Putin se tendrán que abordar cuestiones como el papel de la ONU como fuente de legitimidad para la intervención de la comunidad internacional en los asuntos internos de un Estado; la lucha contra el terrorismo internacional y la ideología radical que lo sustenta; el freno a la proliferación nuclear de Irán y Corea del Norte y el desarrollo del escudo antimisiles; un Afganistán estable, pacífico, que no albergue terroristas ni exporte masivamente opiáceos; o una mayor seguridad energética y los mecanismos jurídicos que favorezcan las inversiones y el comercio mutuos. En todos estos ámbitos la actuación coordinada de EEUU, la UE y Rusia serviría para optimizar los esfuerzos individuales de cada actor.

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