MADRID, 09 (OTR/PRESS)
La culminación de un rescate bancario es la confirmación de una pésima gestión del Gobierno. No lo dicen solo los analistas políticos más cualificados: es el presidente del BCE, Mario Draghi, quien ha declarado recientemente que la crisis de BANKIA no se podía haber manejado de peor manera.
El rescate de la banca española es cuestión de días; tal vez de horas. Todavía no conocemos las condiciones que la UE y el FMI impondrán a este rescate que se quiere cambiar de apellido. Pero lo cierto es que vendrán imposiciones añadidas sobre la maltrecha economía española para acceder a los fondos imprescindibles para recapitalizar la banca. Es un axioma aceptado que si se hunde el sistema financiero nos hundimos todos con él. Pero lo que va a ocurrir es que ya están hundidos millones de españoles para que no se hunda el sistema financiero.
¿Cuáles son las contrapartidas que se nos ofrecen a un nuevo sacrificio, construido por los brutales recortes a la mayoría de los ciudadanos? Además de la perdida de derechos de la reforma laboral y los recortes en prestaciones de salud y educación, los presupuestos generales del estado revelan una caída enorme de las previsiones para infraestructuras, para Investigación y Desarrollo y la destrucción de empleo que conlleva el despido de trabajadores interinos de la administración pública. El cierre de empresas es una consecuencia de la falta de actividad económica, de la caída de la capacidad de consumo y de la ausencia de crédito.
El presidente Obama está tan preocupado con la economía española que ha realizado declaraciones expresas sobre el error de circunscribir los recortes como la única solución de la crisis. Si España no crece, no solo no podrá pagar las deudas y reestructurar la economía sino que puede lastrar el futuro económico de Europa. Al final, si no tenemos una intervención más radical como Portugal, Grecia e Irlanda no es porque el diagnóstico no sea esencialmente diferente. Es un problema de dimensiones de la económica española, del inevitable contagio a Italia y de colocar al Euro en una situación imposible.
Mariano Rajoy realizó una campaña electoral ocultando su verdadero programa. Nos quiso convencer que su paradigma era la excelencia en la gestión. Ahora el Gobierno es un compendio de eslóganes: «vamos en la buena dirección»; «estamos haciendo lo que tenemos que hacer»; «no hay incertidumbre sobre la económica española». Los hechos, demostrando lo contrario, son tremendamente tozudos.
Mariano Rajoy accedió a La Moncloa con la prima de riesgo en 311 puntos. Ha conocido la línea roja de 550. El desempleo, con el paréntesis de la fecha límite para regularizar la situación de los trabajadores del hogar y el comienzo de la temporada de verano sigue en aumento. Las previsiones para final de año no pueden ser peores. La caída de los índices económicos y la recesión son una amenaza inmediata. No se trata de hacer milagros, pero la propaganda engañosa debiera ser penalizada también en política. El PP presumía de que con la sola llegada al Gobierno cambiarían las cosas por la confianza que generaba sus proyecto. El resultado no puede ser más contradictorio con esa previsión.
Pero además, los daños en la estructura del sistema democrático son demoledores: la obstrucción a todo tipo de información sobre las responsabilidades en la crisis de BANKIA indica una determinación de proteger a los suyos frente al requisito imprescindible de transparencia de una sociedad democrática.
Los bancos españoles van a ser rescatados y se nos querrá trasladar una sensación de alivio. Pero no hay noticias de un rescate de los ciudadanos y sus derechos. Y lo que se ha constatado fehacientemente de que este gobierno trata de convertir la propaganda en acción de gobierno con unos resultados catastróficos.