Fernando Jáuregui – Cinco minutos tan solo, cinco minutos no más…


MADRID, 13 (OTR/PRESS)

Asisto, como casi todos los miércoles en los que se celebra, a la sesión de control parlamentario al Gobierno. A Rajoy le interpelan todos intentando que pronuncie la palabra «rescate», lo que, por supuesto, el presidente evita hacer, aunque no sea más que por no pisar el terreno que le marca su adversario. Son apenas cinco minutos de intercambio verbal con cada interpelante, dos minutos y medio para cada uno. Y de esto es de lo que me quejo: el micrófono, implacable, se corta con la rigidez de la mecánica, que poco entiende de momentos cruciales para un país, o de urgencias informativas, o de estrategias de comunicación.

Se cortó este miércoles, por ejemplo, justo cuando Rubalcaba intentaba exponer lo que los españoles han de tratar, conjuntamente, en Europa. Y se cortó precisamente cuando Rajoy nos daba una noticia: que ha escrito una carta a Durao Barroso y a Van Rompuy, apostando por la integración fiscal y ban… Y ahí se interrumpió la información, porque el micro enmudeció. Menos mal que el presidente del Gobierno, contrariando sus costumbres, luego se detuvo un par de minutos más en los pasillos, cuando ya volvía a La Moncloa y al margen de la inflexibilidad del Reglamento de la Cámara Baja, siendo literalmente engullido por los informadores, ávidos de saber de qué iba lo de la carta a los máximos responsables de la UE.

Es este del mogollón pasillero un espectáculo, por cierto, poco edificante, en el que la información la reciben solamente los que tienen la suerte de hallarse junto a quien ofrece esas raras, meteóricas y aglomeradas «ruedas de prensa», y quienes la graban la transmiten luego a sus colegas menos afortunados, bien sea por lejanía física del emisor de la información, por corta estatura o por sordera.

De manera que el mensaje, que pasa de boca a oreja, se va desvirtuando. Eso, sin mencionar lo ingrato del «show», que bien podría sustanciarse acudiendo el presidente al micro y al espacio instalados al efecto a escasos metros, donde las cosas pueden ordenarse mejor y se evita la sensación de toma de la Bastilla, sustituyendo Bastilla por presidente del Gobierno en este caso. Mejoraría así la dignidad estética de preguntado y preguntantes, para no hablar ya de la calidad de la información que se quiere -y se debe- transmitir.

En el hemiciclo, ocurría a continuación más o menos lo mismo, en el rifirrafe ya casi legendario entre la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y la portavoz socialista, Soraya Rodríguez. Esta acusaba al líder de los «populares» de comparecer más bien poco ante el Legislativo, pero su alegato se quedó en la mitad. Lo mismo que la respuesta de su tocaya. Los periodistas que seguimos el encuentro desde los monitores instalados en el Congreso, o en directo desde la tribuna de prensa, nos quedamos ayunos de debate, que se corta siempre en lo mejor. Y nuevamente volvió a pasar cuando varios diputados preguntaron al ministro de Economía, Luis de Guindos…

El papel del Parlamento, en fin, se desvirtúa cuando no sirve para hablar, que es lo que se encuentra en el origen de su ser y en su raíz etimológica. El Reglamento, como ya quiso aquel presidente llamado Manuel Marín, desatando las iras de su propio Gobierno, entonces socialista, ha de ser más flexible; no es lo mismo cuando a un ministro se le pregunta por una carretera concreta o por el tendido de la luz en una provincia, que, como ocurre ahora, cuando el país vive momentos de enorme tensión económica y sufre una crisis de ansiedad.

Es en esos momentos cuando el poder legislativo tiene que desplegarse por encima incluso del Ejecutivo, porque ha llegado la hora de la Política con mayúscula. Limitar las explicaciones y la rendición de cuentas, que todos los españoles reclaman ante las muchas cosas que restan inexplicadas, a esos ridículos «cinco minutillos» es como minimizar el papel del Parlamento, que debería ser el principal de los poderes definidos por Montesquieu y sin embargo es, cada vez más, un actor secundario, relegado por los ejecutivos, a los que no gusta -ya se ve_ dar explicaciones ante los representantes del poder popular. La Historia del salto al Parlamento, más o menos, se repitió este miércoles; a mí, qué quiere que le diga, cinco minutos tan solo, cinco minutos no más, me supieron a muy, muy poco…

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