MADRID, 14 (OTR/PRESS)
En ocasiones una retirada es una victoria porque permite salvar parte de los «muebles». Hace tiempo que Carlos Dívar debió dejar su cargo como presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo por más que él se considere inocente de las acusaciones de haberse gastado dinero público en actividades privadas. Pero aunque esos gastos no sean delito, como han venido a ratificar sus pares del Tribunal Supremo, lo cierto es que ha provocado un auténtico escándalo público.
El quid de la cuestión va más allá de si los gastos de Carlos Dívar son delito o no, se trata de una cuestión estética y ética. Y no es presentable, sea delito o no, que el máximo representante de la Justicia en España se dedique a pasearse por media España a cargo del erario público haciendo valer su condición de presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo.
El problema de muchos cargos públicos es que se olvidan que están al servicio de los ciudadanos y que los ciudadanos no tienen por qué sufragar gastos que no sean estrictamente necesarios por el ejercicio de su función. Pero en nuestro país, y me temo que en casi todos, los cargos públicos suelen ser muy generosos con ellos mismos a la hora de gastar el dinero ajeno.
Carlos Dívar escandaliza a la opinión pública con sus largos fines de semana de cinco días, de la misma manera que nuestros políticos escandalizan a la opinión pública con sus estupendos planes de pensiones a cargo del erario público, o el pago de buenos sueldos a los expresidentes autonómicos por el hecho de haber ejercido de presidentes, etc, etc, etc.
La frontera entre lo público y lo privado debería de ser meridianamente clara, pero con excesiva frecuencia se pasa de un lado a otro queriendo mantener lo mejor de ambas circunstancias.
En mi opinión no es sostenible por mucho más tiempo la crisis institucional que sufre el Consejo del Poder Judicial a cuenta de su presidente. Otra cosa es si ha sido adecuada la manera de denunciar a Dívar llevada a cabo por el miembro del Consejo, Gómez Benítez. En realidad, Gómez Benítez ha actuado como elefante en cacharrería y tampoco él sale indemne de esta batalla.
Lo cierto es que el Consejo General del Poder Judicial se ha dejado jirones de su prestigio con este escándalo y que la resistencia de Carlos Dívar es patética, además de inútil.
Algo que deberían de aprender todos aquellos que se dedican a la «rex pública» es cómo reconocer el momento en que hay que abandonar el escenario. Carlos Dívar parece no darse cuenta de que su papel se ha reducido al de zombi que da tumbos por el escenario. Aunque solo sea para salvarse a sí mismo de las miradas ajenas debería hacer mutis.