Fernando Jáuregui – Sobre ricos y riquísimos.


MADRID, 15 (OTR/PRESS)

Todo el mundo sabe, especialmente aquí dentro, que hay dos españas: la blanca y la negra, la de la rosa y la de la gaviota… Y, claro, la España pobre, que sufre la angustia del desempleo, de los sueldos mileuristas, y la España rica, la de las indemnizaciones archimillonarias, la de los poderosos que lo han heredado todo o que se han hecho a sí mismos super-super-ricos. A la cabeza de estos últimos figura el que fuera presidente, dueño y creador de Inditex, Amancio Ortega, declarado, en el índice la agencia Bloomberg, el hombre más rico de Europa y cuya fortuna crece y crece hasta rondar ya los cuarenta mil millones de euros, que se dice pronto.

Confieso mi admiración por Ortega como emprendedor; salido de la casi nada ha sabido generar valor, riqueza y puestos de trabajo en todo el mundo. Una marca española se enclava en los mejores rincones de las más importantes ciudades del planeta. Una vez dicho esto, también admito que no entiendo su estrategia de la ocultación, de no aparecer jamás en público, de no protagonizar ni siquiera actos socialmente beneficiosos. El emporio, en estos tiempos de crisis generalizada para casi todos menos para el Imperio Ortega, debería hacer como otras empresas destacadas en España y fuera de España: dedicar una parte, aunque sea mínima, de sus excedentes a cuestiones beneficiosas para la humanidad, algo que, por cierto, sin duda también repercutiría indirectamente a favor de Inditex.

Creo que han pasado los tiempos de los sueldos escandalosos de los directivos de las grandes multinacionales, los tiempos del enriquecimiento desmesurado sin más limitaciones ni tasas, los tiempos de la veneración hacia el que se está forrando. España, ya lo he dicho, es un país excesivamente desigual, y no sería malo que algunos excesos obscenos quedasen limitados, incluso por ley como en Francia, al tiempo que las empresas y bancos de mayor éxito dedicasen un porcentaje, por pequeño que fuese, a dejar el mundo a nuestros hijos un poco mejor de lo que lo encontramos.

Repito, para que nadie tenga la menor duda, que admiro la capacidad emprendedora, entre otras cosas, de alguien como Amancio Ortega. Pero, para ser considerado un verdaderamente grande como Bill Gates, hay que tener los gestos filantrópicos de Bill Gates. Y a mí, qué quiere usted que le diga, ese tipo sí que me cae, como dice mi hija, que comparte este sentimiento, superbien. Mucho mejor, por ejemplo, que ese Mark Zuckerberg de Facebook, que será muy listo, sin duda, pero que, salvo error u omisión, tiene bastante poca idea de lo que es la solidaridad.

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