MADRID, 23 (OTR/PRESS)
Los niños no pueden estar enteramente subidos al tiovivo porque se marean y se indisponen. Los adultos, tampoco. Estamos subidos a un tiovivo que no controlamos y del que no nos dejan bajarnos porque desean que estemos mareados e indispuestos. Ya no sabemos bien dónde estamos y menos aún a dónde nos dirigimos.
A los mandos de este carrusel están los hombres que se creen más poderosos del mundo; no lo son. Manda el dinero en forma de movimientos automáticos especulativos y al otro lado, en la sala de máquinas, está el capitalismo financiero y sus capitanes: fabrican el enriquecimiento sobre el dolor de la mayoría; no solo no tienen escrúpulos sino que carecen de control. Sus bases logísticas están en Gibraltar o en las Islas Caymán, cementerios nucleares de los sueños de la humanidad.
Y mientras tanto Merkel y sus colegas del FMI embrollan la realidad con conceptos a los que nos acostumbramos sin entender del todo su contenido; y sobre todo su perversión: Deuda Soberana, primas de riesgo, auditorias externas. Una realidad gobernada por una casta de privilegiados que no se asoman nunca a la vida de los ciudadanos. Quienes ganan cientos de miles de euros piden austeridad y bajada de sueldo de los comunes. Ellos no están afectados porque su blindaje resiste, y sobre todo, se ampara, en los desperfectos de la crisis. Venden la eficacia de sus comportamientos como justificación de sus beneficios. Son tigres de papel que han dejado a la humanidad hecha un solar con sus gestiones financieras. Durante un tiempo se camuflan en el paisaje para pasar inadvertidos hasta que empiecen a fabricar la próxima crisis.
Y, nosotros, en un tiovivo que no controlamos: vuelta tras vuelta, hasta perder el sentido de la realidad. En nuestra confusión está su fortaleza.