MADRID, 28 (OTR/PRESS)
Las desmedidas expectativas generadas ante la cumbre europea que finalizará hoy viernes han logrado llenar de ansiedad a los medios de comunicación, mercados financieros e incluso a los ciudadanos, cada día más agobiados y escépticos ante las medidas que puedan ir adoptando los responsable políticos, nacionales y europeos.
Hay que estar a la espera de lo que ocurra pero me temo que las cosas no van a salir como desearíamos. Ayer, el propio Presidente descartaba que se decidiera que el rescate al 30% de nuestro sistema financiero fuera asumido por la banca y no por el Estado, lo cual significa que nuestra deuda se incrementa, cuando menos, en 62.000 millones de euros. El otro gran objetivo es que se establezca un sistema de «protección» a nuestra deuda, absolutamente masacrada por el mercado. «Así no podemos seguir mucho más tiempo», dijo Rajoy en el Congreso, horas antes de viajar a Bruselas.
Y tiene razón. Así no podemos seguir. No podemos asumir 40.000 millones de euros solo en intereses, ni podemos asumir seis millones de parados, ni tres millones de empleos públicos. Tampoco nos podemos permitir el lujo de que la marca España, denostada, al parecer por una mayoría de catalanes que creen que es la causa de sus males, aparezca ante Europa con gobiernos autonómicos que, dentro del margen constitucional que les asiste, rechazan las propuestas de ahorro del Gobierno central. No podemos seguir pagando a más electos que los que tienen los alemanes. Ellos, que son ochenta millones, tiene menos electos que nosotros que somos cuarenta millones. No podemos, en fin , pedir a Europa que nos ayude y al mismo tiempo poner el grito en el cielo porque hay que pagar el paracetamol, cosa que se hace desde siempre en todos los países a los que reclamamos solidaridad. No me gusta el medicamentazo, ni que se congelen sueldos y menos que se bajen. No me gusta nada que afecte al bienestar de todos nosotros pero esto se ha acabado. Se ha acabado el vivir como vivíamos, se ha acabado esa alegría que conlleva el pensar que el futuro ya ha llegado. Ya no es verdad que lo que hoy compramos por tres mañana nos va a rentar seis. Todo esto se ha acabado . La excepcional película «Lo que el viento se llevó», representa bien el fin de una época, como lo representa el libro del bilbaíno Anton Menchaca «Las cenizas del esplendor» en el que narra de manera cierta el paso del Neguri -localidad vizcaína fetiche de una pretendida aristocracia- que fue la que hoy es. En una historia y en otra referidas a tiempos y a continentes bien distintos, el hilo conductor es el mismo: hay estilos de vida que se convierten en insostenibles bien por la guerra y el finiquito de la esclavitud, bien porque el dinero -es el caso de Neguri- cambia de manos. El resultado es el mismo. Se acaba una época y se acaba.
Nuestra época de esplendor económico se ha acabado y aunque salgamos de la crisis -que saldremos- y vuelva a haber dinero, nada será igual. No ocurre en balde verse en una cola de un comedor social acostumbrado a tener un buen trabajo.
Veremos que ocurre en Bruselas. Supongo que no mucho y que el lunes los mercados nos volverán a crujir. Veremos que ocurre, pero cojamos aire para seguir afrontando este calvario y quienes nos representan sean capaces de hacer política con mayúscula, en su sentido más noble y profundo, que se pongan los primeros en la fila de la austeridad y la transparencia, que hagan un ejercicio de patriotismo y sobre todo y por encima de todo que protejan a quienes menos tienen. En nuestro país hay picaresca y fraude y trampas; es verdad. Pero hay, y cada vez más, familias enteras sumidas en la desgracia, en el desamparo. Hay conciudadanos que están viviendo situaciones terribles y un país que se precie puede ser pobre pero nunca indigno y seria una indignidad dejar a su suerte a esos niños malnutridos, a esas viudas que ahora además deben pagar la comida de sus nietos o a esos ancianos que por falta de recursos afrontar su ultimo tiempo sin los cuidados y atenciones que se merecen. Primero ellos y luego los demás.