Fernando Jáuregui – Dos condenados a la hoguera.


MADRID, 12 (OTR/PRESS)

Tengo, forzosamente, que mirar con respeto a Mariano Rajoy. Y también a Alfredo Pérez Rubalcaba. Con el respeto debido a quienes están condenados, casi irremisiblemente, a la hoguera, no a la de las vanidades precisamente. Salí de la importante sesión parlamentaria del miércoles con la sensación de que entre el presidente del Gobierno y el líder de la oposición socialista hay muchas más palabras cruzadas, muchos más guiños, y mucho más entendimiento de lo que trasluce del mero cruce de discursos en el hemiciclo. Los dos saben que están condenados a entenderse, porque las circunstancias y los españoles se lo exigen y, por tanto, los dos saben que tienen un papel que cumplir, y que esa función es abrasadora.

Supongo que estará usted, querido lector, de acuerdo conmigo en que ni el discurso de Mariano Rajoy en ese pleno del Congreso, ni el de Rubalcaba a continuación, eran precisamente lo que podríamos llamar electoralistas. A mí me conmueve, y en cuarenta años de ejercicio profesional no había escuchado discurso semejante de labios de un político, un señor que me dice que no está de acuerdo con las medidas que está adoptando, pero que lo hace porque no queda más remedio por el bien del país. Lo entiendo y lo respeto, presumiendo que Rajoy tiene datos que a mí se me escapan acerca de por qué no hay otra solución aparte de los duros recortes anunciados esta semana, algunos de los cuales van a ser aprobados en el Consejo de Ministros de este viernes (no entiendo tanto que los «entusiastas» del Grupo Popular aplaudiesen ruidosamente cada anuncio en el pleno de un nuevo recorte, pero en fin…).

Creo que una mayoría de los españoles también lo entiende así, aunque lógico es que un Gobierno que actúa a trancas y barrancas, con contradicciones e improvisaciones que le obligan a hacer lo contrario de lo que previamente había anunciado, pierda popularidad a chorros. Lo importante es que cunde la sensación de que Rajoy dice la verdad, de que está dispuesto a ser el primero en inmolarse -además, sin excesivas alharacas- en el altar del sacrificio y, pienso, de que no es el momento de andarse con espectáculos circenses y hacer caer un Gobierno, por muy intervenida, o intervendida, que esté la nación.

Rajoy ha demostrado tener sentido común y que acude a la veracidad, al menos cuando es imprescindible. Le falta dar el salto al vacío preciso para ser un estadista, que es lo que la nación necesita. Creo que a Rubalcaba le ocurre bastante de lo mismo: desde su propio partido le afean, en voz ya lo bastante alta para ser claramente escuchada, su voluntad «pactista» y el escaso encono con que afronta el debate con el Gobierno. Está como desdibujado, como falto de ganas de pelea, quizá porque sabe que no es la hora de la confrontación, sino del acuerdo. Me parece que sabe bien que ya nunca será, salvo milagro, presidente del Gobierno, de la misma manera que pienso que Rajoy intuye que tendría muy difícil repetir en el cargo otra Legislatura. Ahora, por paradójico que parezca, toca que un abrasado apoye a otro para evitar males mayores al país. Yo solamente espero que lleven hasta el final un pacto del que ahora apenas tenemos indicios leves y poco seguros.

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