Fernando Jáuregui – No te va a gustar – Lo parece, pero no es el fin del mundo.


MADRID, 17 (OTR/PRESS)

Perdón por la autocita, pero lo cierto es que llevo meses recorriendo España, en busca de «historias ejemplares» (así se llamará el libro que preparo) sobre gentes emprendedoras, que creen que pueden hacer realidad sus sueños, incluso en medio de las muy adversas condiciones actuales. Son gentes a las que poco importa la política coyuntural, que ni siquiera se molestan en indignarse ante algunos de los patentes excesos de nuestros representantes -en el sentido más amplio de la palabra, que no hablo de Un Gobierno central, ni de alguno regional… solamente_ y que, mucho menos, pierden el tiempo lamentándose como si el mundo se fuese a terminar mañana. Son gentes de extracción humilde y/o media, que se juegan su dinero y la vida en el empeño de generar riqueza y puestos de trabajo. Gentes verdaderamente admirables que no creen, ni quieren creer, en el fin del mundo.

Aunque lo parezca a veces. Con una prima de riesgo que sube y unos valores en Bolsa que continuamente bajan. Con un acoso incesante de los mercados y una parálisis política notable que ni esos mercados, ni la UE, ni la pérfida prensa especializada anglosajona ni, desde luego, los españoles, avalan ni desean. Una parálisis que sí, que puede inducirnos a pensar que esos representantes que tanto debaten y deciden sobre economía han decidido aplicarla a la política: ni una medida para profundizar en la democracia, ni un encuentro con los sectores más afectados, ni un gesto verdaderamente tangible de pacto, ni una idea realmente revolucionaria que indique que han comprendido que estamos ante una nueva era. Creo, sinceramente, que Mariano Rajoy, Alfredo Pérez Rubalcaba, Josep Antoni Duran i Lleida, Iñigo Urkullu, Cayo Lara, Rosa Díez, Cándido Méndez, Ignacio Fernández Toxo, Joan Rosell, los capitanes de las principales empresas y de la banca e incluso algunos medios de comunicación pueden hacer mucho más de lo que hacen por evitar esa sensación general de galbana, sesteante, que se ha apoderado del cuerpo nacional. Una enfermedad del sueño que puede acabar muy mal.

Cada vez veo más claro que la solución radica en la sociedad civil. En esos representantes de los trabajadores autónomos, de la economía social, de las pequeñas y medianas empresas, en esos profesionales que se niegan a tirar la toalla, que no salen a manifestarse vestidos de negro -y conste que pienso que los funcionarios, maltratados, tienen perfecto derecho a salir a protestar a la calle_ y que no se plantean huelgas pese a las escasas ayudas oficiales que reciben, porque ellos viven de trabajar día a día y la jornada perdida es una jornada no cobrada. Gentes que no apoyan a este Gobierno -cada cual puede pensar lo que le dé la gana de ciertas actitudes, o dejaciones, políticas_ ni tampoco lo fían todo a la acción de la oposición, o de los sindicatos, o de la patronal, o del Banco Central Europeo, y que saben que, en cambio, todo reside en su propio esfuerzo.

He encontrado, en apenas cuatro meses de recorrido, miles de personas así. Que están a lo suyo, construyendo desesperadamente, y encima sin darse importancia, un futuro mejor que este bastante triste presente que vivimos. Jóvenes que no quieren emigrar en busca de esperanzas y no tan jóvenes que tratan de impedir que sus hijos se marchen, con el billete de la decepción en sus bolsillos vacíos.

Hoy quiero rendir aquí mi humilde homenaje, como un canto a la esperanza, a estos héroes anónimos que saben que el fin del mundo está, en el mejor de los casos, muy lejos. Aunque no falten quienes nos inducen a pensar lo contrario.

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