Rafael Torres – Al margen – El «Curiosity».


MADRID, 06 (OTR/PRESS)

La sonda robotizada «Curiosity» no representa el fabuloso instinto de la curiosidad humana, o, cuando menos, no el de lo mejor de ella. Según sus factores, el carísimo artefacto empleará dos años en descubrir «los secretos de Marte», como si haciendo fotos se pudiera, salvo que se sea un artista de la fotografía, desvelar secreto ninguno. El misterio no es fotografiable, ni discernible, ni analizable, ni mensurable, pues los misterios es lo que tienen, que son misterios, por lo que lo más probable es que el «Curiosity» haya ido a Marte a otra cosa. O a nada. Por lo demás, lo más seguro es que el planeta rojo sea un sitio como otro cualquiera, sin mayores secretos ni misterios que los corrientes.

Si fuera la curiosidad la que ha impulsado al «Curiosity», la NASA podía tranquilamente haberse ahorrado el coste de esa chatarra espacial: aquí mismo, sin salir de éste nuestro planeta líquido que paradójicamente llamamos Tierra, hay una porción de cosas a las que merecería la pena prestar alguna atención. No son exactamente misteriosas, salvo que la maldad y la estupidez humanas que están en su origen lo sean, ni secretas, pues están a la vista de quien quiera verlas, pero son nuestras cosas y rezuman injusticia, dolor, fuego y sangre por todas sus costuras: el genocidio de Siria, los fuegos de España, las conspiraciones dinerarias… Nadie las ataja, las bandas de militares genocidas continúan bombardeando las casas, las escuelas, los hospitales, ¡y hasta los cortejos fúnebres de las propias víctimas de los bombardeos!, nuestros montes siguen abrasándose, y los especuladores, muchos de ellos entronizados en puestos de alcurnia institucional, mantienen su tran-tran de miserabilizar a los pueblos.

Tampoco es cosa, ciertamente, de culpar de todo eso al robot «Curiosity», que como buen robot carece de sentimientos y bastante hace con irse a la otra punta del espacio a fotografiar un descampado, que es lo primero que ha hecho al posarse en Marte. Pero sus dueños, que manifiestan tan poca curiosidad por lo próximo y lo tangible, por lo humano al fin, sí que tienen delito: el de cerrar los ojos aquí y abrirlos en Marte.

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