Fernando Jáuregui – Assange, Carromero, De Juana: tres casos distintos y ¿distantes?.


MADRID, 16 (OTR/PRESS)

Hay que creer en la Justicia, y uno cree en ella a su manera, matizada la fe de uno por el lugar de donde esa Justicia provenga, por el juez que la aplique y hasta por las circunstancias, incluso mediáticas, que concurran en cada caso. Mire usted el caso de Julian Assange, el fundador de Wikileaks, que está a punto de costar un muy serio incidente diplomático entre Ecuador y Gran Bretaña porque el Gobierno de Cameron se ha empeñado en que el prófugo abandone su refugio en la embajada ecuatoriana en Londres. O mire usted lo que le está ocurriendo al español Carromero en Cuba, donde le pueden caer siete años, siete, por un accidente de tráfico que en cualquier otro país se sustanciaría con una fuerte multa y una indemnización civil a las víctimas. O veamos, si quiere usted, el «caso De Juana Chaos» en Venezuela. Estoy seguro de que no todo el mundo compartirá, quizá usted, amable lector, tampoco, mis puntos de vista sobre alguno de los tres «affaires». Prueba de que la Justicia admite ópticas diversas, por decir lo menos.

Para mí, el «caso Assange» es un buen ejemplo de que hay momentos en los que la Justicia bascula de manera incomprensible. O demasiado comprensible: Suecia se empeña en extraditar al hombre que filtró información sensible -pero cierta- para la Casa Blanca, que, a su vez, pedirá la extradición a Suecia para juzgar a Assange por presunta traición y condenarlo quién sabe a qué pena terrible, que puede incluir la muerte. El caso es que Suecia reclama a Assange por un presunto delito sexual que, por lo que se conoce, está muy poco claro (no soy juez ni tengo todos los datos, pero, para mí, no constituyen una violación, ni mucho menos, los hechos que nos han llegado).

Las simpatías que ha despertado Assange en muchos lugares van más allá de que se inspiren en sentimientos de derecha o de izquierda. De hecho, no se puede decir que el presidente ecuatoriano Correa, que le ampara, sea precisamente un campeón de la libertad de expresión y de la transparencia informativa, y seguramente su amparo al prófugo se base en un deseo de meter un dedo en el ojo a Obama, cuya conducta en este «affaire», tan impropia de sus postulados, solo puede explicarse por motivos electorales. Lo curioso es que Suecia reclama al hombre que puso en un aprieto al Pentágono con las informaciones que difundió, por un presunto «asalto sexual» que ya digo que, en mi opinión, no se tiene en pie, mientras que todos saben que la muy independiente justicia de Estocolmo estaría dispuesta a entregarlo al brazo ejecutor norteamericano, donde sería juzgado por motivos políticos, ni más ni menos. Seguramente, ni en España ni en una mayoría de los países europeos, Gran Bretaña entre ellos, se hallarían indicios de culpabilidad en Assange, ni por unas cuestiones, ni por otras. Bonito asunto para que Baltasar Garzón saque a pasear sus oropeles internacionales, ahora que se ha incluido en el equipo defensor de Assange.

Sobre el caso del español Angel Carromero no me parece que pueda haber discusión: el régimen cubano se está ensañando con él con una severidad impropia de su presunto delito, que, como mucho, podría ser la conducción temeraria con resultado de muerte involuntaria. Siete años de petición fiscal por un discutible homicidio involuntario parece una demasía -sí, las leyes penales cubanas lo prevén, pero ¿es correcta la normativa penal cubana?- que induce a pensar que hay otros móviles tras la sañuda persecución a alguien que es militante de un partido poco grato al castrismo.

Y tenemos, por fin, en este recorrido por los diferentes parámetros de las justicias iberoamericanas, norteamericana y europeas, la revelación de que el etarra, o exetarra, De Juana Chaos se encuentra exiliado en Venezuela. La policía española lo sabía -y muchos más también- y el Gobierno de España ha preferido, sin duda pensando en un intercambio de cromos con el régimen de Chávez de cara a su posible asistencia a la «cumbre» de Cádiz, hacer la vista gorda. Le sorprenderá a usted, amable lector, que le diga que no me parece mal: si De Juana, leyes en mano, fuese extraditado a España, los jueces, tengo la seguridad, basada en dictámenes variados, volverían -repito, leyes en mano- a dejarlo salir. Con lo que se daría un triunfo a quienes para mí son «los malos» ante las inminentes elecciones autonómicas vascas.

Qué quiere usted que le diga: detesto la figura de este tipo tanto como usted. O más, si cabe. Casi nada me gustaría más que verle pagar sus crímenes tan duramente como merecen. Pero tengo la impresión de que solamente retorciendo mucho la realidad legal sería posible retener en prisión a quien, en virtud de un Código Penal entonces mal construido, pagó tan levemente sus muchas culpas. He tenido ocasión de conocer a algún etarra veterano -exetarra, en realidad- que trabajaba en Venezuela: era un tipo desorientado, con un argumentario difícil de entender incluso para él mismo, pero que ya poco tenía que ver con la banda irracional. Así me lo explicó, hace ya algunos años, un funcionario del Gobierno bolivariano en Caracas, añadiendo que «nosotros no amparamos a convictos, pero tampoco rechazamos dar ayuda a injustamente perseguidos». No sé, sinceramente, si el asesino José Ignacio de Juana Chaos está siendo injustamente perseguido; el tema daría para un largo debate y, desde luego, De Juana, con muchas muertes pesando (o no…) sobre su conciencia, no tiene nada que ver, en términos de hecho, con Assange, y menos aún con Carromero, cuyo inmediato regreso a España sería exigible e irrenunciable. Aunque en los tres casos estemos hablando de figuras conexas con la extradición.

Solamente digo que, en el caso De Juana, entiendo la posición del Ministerio del Interior de España, a quien, sin duda, ahora le someterán a una fuerte presión mediática para que reclame la extradición de este incalificable personaje. Y es que ya digo: las leyes no son tan inmutables como algunos quisieran hacerlas parecer. Las cosas, incluso en las salas de audiencia, no se ven igual, como comprobamos, en Londres o en Estocolmo, en Nueva York o en Quito, en La Habana o en Madrid. Ahora, que cada cual fabrique sus propias sentencias.

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