José Luis Gómez – A vueltas con España – Para los incendios hay soluciones.


MADRID, 18 (OTR/PRESS)

La Gomera, Galicia, Asturias, las dos Castillas, Comunidad Valenciana, Navarra. Los incendios forestales se suceden en casi toda España, a veces se llevan vidas humanas por delante y siempre causan graves daños medioambientales y desolación. Los distintos gobiernos se lanzan reproches pero no aportan soluciones; a lo sumo, cuidados paliativos.

Si lo hicieran, tendrían que ponerse todos de acuerdo, porque la alternativa a los incendios es una verdadera política forestal y algo así requiere no menos de 25 años de desarrollo, como demuestran las exitosas experiencias en los países nórdicos. La solución, como en tantas otras cosas, no puede ser sólo represiva.

El monte arde por muchos motivos, pero sobre todo se quema porque no está limpio. Si en el pasado no ardía tanto, no era porque hubiese muchos hidroaviones, sino porque los campesinos tenían sus montes limpios y, como los explotaban, los cuidaban. El problema es más estructural de lo que se le quiere hacer ver a la gente. Las leyes forestales vigentes siguen siendo insuficientes ante el estado de abandono de los bosques, cuyo deterioro sólo se superará mediante políticas agrarias e incentivos.

Vaya por delante que los incendios son hoy una tragedia casi humana pero yendo a un análisis más general, la reflexión no solo puede ser evocadora, ni menos aun melancólica, sino que debe ser económica. Porque el monte rentable no se quema. Así de rotunda debería ser toda la clase política cuando España arde por los cuatro costados, ya que los montes no se queman solos. Lo normal es que se quemen solos un 5%, como sucede en los países donde el monte es rentable.

Por tanto, ¿es posible acabar con los incendios? Sí. Y así lo demuestra la silvicultura finlandesa, que eliminó prácticamente los fuegos en el monte, como certifica Kullervo Kuusela, profesor del Instituto Finlandés de Investigaciones Forestales. Para ello España debería analizar y describir la intensidad de la producción maderera, la composición por especies que desea y la diversidad de paisajes, y una vez hecho ese trabajo debería afrontar algo que requiere, sin duda, un amplio consenso político: cambiar la estructura de la propiedad del monte, encaminándola a su explotación y poniendo coto al minifundio. Ya no basta con las brigadas, la represión y la regulación ecológica del material combustible. Ojalá el problema fuese solo de coordinación.

Los tiempos no pueden ser mejores para buscar ese consenso. Acabado el modelo del ladrillo y sin que nadie conozca todavía cuál debe ser la alternativa, el monte ofrece unas posibilidades económicas envidiables, que podrían enriquecer la estructura social y empresarial del país. Hablamos de un proceso histórico, pero los procesos comienzan en algún momento. Convertir España en una potencia maderera mundial, con más robles y menos eucaliptos y una industria asociada, capaz de aportar valor añadido, sería la mejor manera de decir nunca más a los incendios. De verdad.

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