Charo Zarzalejos – La sonrisa de los malos.


MADRID, 25 (OTR/PRESS)

Hace apenas un año, la pacífica y civilizadaNoruega creyó vivir una pesadilla, un mal sueño. Pero no, se trataba de algo tan real como trágico. El saldo fue, nada menos, que de 77 víctimas como consecuencia de un atentado preparado minuciosamente y ejecutado con una pericia que estremece. El autor, con precisión casi milimétrica, asesinó, primero en el centro de Oslo y, luego en la idílica isla de Utoya remató su fanático plan asesinando a 69 personas, todas ellas jóvenes. Horas después Anders Breivik, ultraderechista fanático, es detenido.

Doce meses después ha comparecido ante la Justicia y se le ha impuesto la pena de 21 años de cárcel, máxima que permite el Código Penal noruego que prevé además que una vez cumplida pueda ser revisada cada cinco años hasta constatar que el penado está en condiciones de salir a la calle sin ser una amenaza para la sociedad. No sé qué ocurrirá dentro de veinte años, pero ha sido esa sonrisa suya tan inquietante, tan pérfida, que exhibió cuando se le leía la condena, la que hace pensar que Breivik nunca se arrepentirá de sus crímenes, que nunca sentirá vergüenza por sus actos. Esa sonrisa suya es la mejor prueba de su fanatismo.

En Noruega, en donde no es oro todo lo que reluce, no están acostumbrados a estos espectáculos, ni a estos crímenes tan horrorosos. Nosotros en España, sabemos mucho. El ultraderechista Breivik se sonríe al igual que los fanáticos de la independencia y de un particular socialismo se sonríen, incluso se carcajean, en la Audiencia Nacional cuando son juzgados por sus crímenes. Muchos, muchísimos terroristas de ETA también han sonreído y reído cuando los familiares de las víctimas relataban el asesinato de su allegado. Se han reído y sonreído con la misma falta de piedad, con el mismo fanatismo que lo ha hecho Breivik.

Las sonrisas de los malos son estremecedoras y son los malos los que nunca lloran. Se jactan de su indignidad aquí y en Noruega. La diferencia es que en Oslo, Breivik abandonó la sala de Justicia sin que nadie le esperara para jalearle, y aquí, en Madrid nunca les ha faltado el aliento y el ánimo de quienes hoy, precisamente hoy, tienen la desfachatez de hablar de la «crueldad» del Estado.

Es un dicho que los ricos también lloran. Si se fijan, los únicos que no lloran son los malos que, sin embargo, sonríen certificando así lo que son.

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