Fernando Jáuregui – La semana política que empieza – Una oportunidad que Rajoy no puede desaprovechar.


MADRID, 09 (OTR/PRESS)

Siempre tuve la impresión de que Mariano Rajoy desaprovechaba una oportunidad espléndida cuando ni siquiera comentó la oferta que Alfredo Pérez Rubalcaba le hizo en público para cooperar con el Gobierno del PP. Fuese o no sincera la propuesta del líder del Partido Socialista, Rajoy hubiera debido, en mi opinión, agarrar la mano tendida, y haber obligado a Rubalcaba a hacer buena su palabra. También tengo, claro está, la impresión, que es casi una constatación, de que ni en el «sancta sanctorum» del PP ni en el del PSOE la posibilidad de ese pacto amplio, de cooperación plena, es poco o nada bienvenida.

Pero los estadistas se hacen a veces al margen de las voces, tantas veces interesadas, de los «aparatos» de los partidos; ahora, Rajoy tiene ante sí otra oportunidad, la de deshacer las incertidumbres acerca de si España acabará o no -que será que sí- pidiendo alguna clase de «rescate» a las instancias europeas, cómo se hará y en qué marco. Y qué sucederá después.

La hipótesis de una colaboración procedente del PSOE se aleja cuando Rubalcaba, harto de presiones internas y de silencios externos -ya sé que él y Rajoy se hablan mucho por teléfono, pero eso ya no vale de nada-, anuncia una oposición más radical ante los titubeos y contradicciones de la política gubernamental. Una oportunidad de Gran Pacto perdida, y más cuando se avecinan dos procesos electorales tan significativos como los del País Vasco y Galicia, que obligan a tener las espadas en alto.

A Rajoy le queda ahora otra bala en la recámara para dispararla contra el muro de desconfianza que, las encuestas cantan, se ha levantado contra él, y por cierto contra toda la clase política, comenzando por los ministros y siguiendo por los líderes socialistas: esa bala se llama transparencia. Tiene que explicar su hoja de ruta, porque lo contrario acabará en la impresión generalizada de que no la tiene. Ha de contarnos, como antes decía, qué pretende hacer con ese rescate que todos le empujan a pedir cuanto antes. La pérdida de tiempo puede ser letal.

Y ni siquiera basta con eso. Tiene que impulsar, con o sin el concierto con Rubalcaba, que tampoco es que esté dejando muy claros sus objetivos, un amplio espectro de reformas políticas. Que sirvan para amainar la tempestad en algunas comunidades «históricas» -Cataluña está a punto de celebrar su Diada más desenfocada-, que den contento a quienes piden más democracia. Que devuelvan a los españoles el orgullo de serlo y la sensación de que pisamos fuerte en Europa: Mario Monti, que es un tecnócrata, acaba de dar una lección política forzando una «eurocumbre» en Roma para «refundar» Europa. Son esas, entre otras, las iniciativas de las que estamos tan necesitados aquí, y no de espectáculos como el de la «guerra de los casinos».

Rajoy empieza efectivamente el curso político ahora, si es que alguna vez se cerró el anterior capítulo. Aplaudo su decisión de salir en los medios, pero tiene que aparecer para dar mensajes contundentes, no justificaciones evanescentes y en largas parrafadas, ni para sacar a pasear las hemerotecas con las que culpar incoherencias anteriores a las suyas. Este lunes comparece, por fin, en una entrevista televisiva en la que podría aprovechar la ocasión para hacer algunos de estos anuncios importantes que, en mi opinión, tendrá de todas maneras que hacer un día u otro.

Ya he dicho en otras ocasiones que me parecen inconvenientes e inoportunas esas voces que piden que, si la intervención europea se produce, Rajoy dimita o se someta a la cuestión de confianza en el Parlamento, o convoque nuevas elecciones, o… Eso no solucionaría nada: yo creo que el papel del Gobierno es gobernar no a base de ocurrencias ni sacando pecho recordando mayorías absolutas, sino apoyándose en las otras fuerzas políticas para añadir imaginación al ahora desesperante ritmo de gobernar. Y temo que el papel de la oposición responsable ha de ser el apoyar críticamente, desde donde le dejen, a un Gobierno tan impopular como la oposición misma. Porque, desde luego, con los resultados de los sondeos que leemos periódicamente, que muestran la distancia entre representantes y representados, este proceso no puede seguir.

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