Fernando Jáuregui – No te va a gustar – Nada, nada es ya lo que era.


MADRID, 10 (OTR/PRESS)

Nada, nada es lo que era hasta hace, pongamos, seis meses: ni el mundo es el mismo, ni lo es Europa, ni, en España, cosas como el Estado de bienestar o el Estado de las autonomías son como las recordamos. Y lo peor es que no ha habido ni debate, ni planificación, ni una hoja de ruta más o menos rectilínea y segura: todo, comenzando por Europa, se está haciendo (y deshaciendo) a golpe de improvisación, de mandatos de quienes no tienen mandato legal, aplastados todos por un impulso de terror a lo desconocido, a un futuro que quienes deberían planificar no lo planifican. La aprensión crece cuando compruebas que esta nueva era que ya nos empuja hacia quién-sabe-dónde ni siquiera está siendo adecuadamente radiografiada por quienes habrían de hacerlo, los representantes de la ciudadanía.

Y, así, sumamos decepción tras decepción en la medida en que, por ejemplo, los órganos rectores de nuestros partidos se reúnen sin más pretensión que saber hasta dónde hay que dosificar los disparos de sal gorda a la formación rival. Y sin más programa que aguantar y seguir apretándose el cinturón, los unos, o subir los impuestos a los ricos, los otros. De manera que los unos acabarán logrando que los cinturones se conviertan en hondas para lanzar piedras contra el sistema y los otros, que los ricos se larguen con viento fresco a invertir en lugares menos inhóspitos, como ya le recuerdan no pocos al vecino Hollande y algunos al lugareño Pérez Rubalcaba.

El caso es que la dura realidad se va imponiendo de Francia a Holanda, de Finlandia a Italia, donde el primer ministro Mario Monti ya ha propuesto una «cumbre» para redefinir Europa cincuenta y cinco años después de haber creado el embrión de la actual estructura de la Unión. Y no digamos ya en España, que vive un empobrecimiento no demasiado lejano a aquella gran depresión que tan hondas huellas dejó en los Estados Unidos de los primeros años treinta. Me cuentan lo que está ocurriendo entre las poblaciones de Grecia o de Portugal y empiezo a percibir alarmantes paralelismos con lo que le ocurre a un sector de la sociedad española, mientras los otros sectores, temo que incluyendo eso que se ha dado en llamar «clase política», siguen despreocupados y felices. Como si nada estuviese ocurriendo. Como si una clase media no se estuviese desmoronando. Como si la sociedad civil no se estuviese alejando cada día más de sus representantes «oficiales». Como si las generaciones que nos siguen no estuviesen instaladas en la angustia.

Muchas veces he repetido que no se trata de desalojar a los gobernantes de ahora para instalar a otros que ya fracasaron en el inmediato pasado. Y menos se trata de hacer experimentos de, por ejemplo, cócteles de nuevos partidos o derivaciones al margen del sistema. Pero sí es imprescindible constatar que la economía es una cuestión fundamentalmente política. Y solamente en la medida en la que se ponga en marcha una gran, generosa, imaginativa, operación política -lo están haciendo en Francia y en Italia, recordemos; lo hicieron conservadores y liberales en Gran Bretaña y, antes, lo hizo la Alemania de la gran coalición-, se salvará el Gobierno de Mariano Rajoy y, de paso, todos nosotros, los ciudadanos, que dependemos tanto de que al Ejecutivo le salgan las cosas bien de una vez porque, de una vez, hace las cosas bien, y no solamente aquello que no queda otro remedio.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído