Antonio Casado – La llave de la caja.


MADRID, 12 (OTR/PRESS)

Cuestión de sentimientos. Es el argumento básico del independentismo. Afecta a esa mitad de encuestados que en los últimos sondeos se muestran partidarios de la secesión y dicen sentirse sólo catalanes (ni «españoles», ni «catalanes y españoles»). Vale. Puede ser una cuestión de sentimientos. Pero sostengo que se gestiona como si fuera una cuestión de dineros contantes y sonantes.

En mi periódico de cabecera, «El Confidencial», titulábamos así una de las piezas alusivas a la manifestación independentista de este martes: «El gran negocio del independentismo toma las calles de Barcelona». El título hacia referencia al contenido de la información. Por los numerosos tenderetes que habían convertido el centro de Barcelona en un zoco de productos tuneados con símbolos secesionistas (pins, banderas, llaveros, bolígrafos, camisetas).

Las calles se convirtieron en un mercado durante la Diada del 11 de septiembre. Sin embargo, cuando leí el mencionado título periodístico pensé inmediatamente que estaba muy bien reflejado un sesgo inesquivable en el análisis de lo ocurrido. Me refiero al hecho de que se haya utilizado esta movilización soberanista como palanca política para conseguir la llave de la caja. De hecho todos los asistentes a la manifestación consultados sobre la marcha por las cadenas de radio y televisión deslizaban el mismo mensaje en sus respuestas a los reporteros: el Estado nos roba, los catalanes pagamos más de lo que recibimos, y para eso es mejor que nos salgamos…, etc.

O sea, acto masivo de exaltación identitaria con fines mucho más urgentes y más contabilizables que el inatacable sentimiento de pertenencia que es, por su propia naturaleza, subjetivo, personal, inatacable y merecedor del máximo respeto. Ese móvil material es el que parece camuflado en los términos del endemoniado planteamiento de Artur Mas y el nacionalismo político en general. Se trata de convertir esta movilización en palanca política al servicio de su principal objetivo: el llamado pacto fiscal como precio de la renuncia a la secesión. «Hay que escuchar al pueblo», decía el presidente de la Generalitat en su comparecencia del día después ante los medios. Una amenaza secesionista forjada en la apelación a los sentimientos. Y ahí encuentra Mas el resorte para conseguir la llave de la caja: «Si no hay pacto fiscal se abre la vía para la libertad de Cataluña». Más claro, agua.

Al final, quienes vemos toda esta teatralización como espectadores desde el resto de España, o desde el resto de las Autonomías no tocadas por la pulsión separatista, que nos sentimos españoles como una obviedad emocional y civil, tomamos nota del mensaje sin quedarnos tranquilos. A saber: habrá ganado el nacionalismo catalán si consigue del Gobierno de la Nación el llamado pacto fiscal. Y si no hay pacto fiscal se abrirá el camino hacia la segregación de Cataluña y entonces perderemos todos. La opción: o gano yo o pierdes tú. A elegir.

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