Fernando Jáuregui – Del 12-S al 15-S…: dos «diadas» después.


MADRID, 12 (OTR/PRESS)

Mal asunto cuando hay que comenzar un comentario como este expresando el respeto al derecho de manifestación. Pues faltaría más que ahora empezásemos a poner en cuestión las más elementales conquistas democráticas. Pero tampoco me parece bueno el tener que acudir continuamente a la calle como muestra de presión para conseguir cosas, acaso no solamente poco reflexionadas, sino hasta ni siquiera queridas por todos cuantos se integran en esa manifestación. Lo digo, claro, por la impresionante marcha de Barcelona en la jornada de la Diada. Pero también porque me parece que salir masivamente a la calle se va a convertir en una moda demasiado frecuente en los días venideros. Y los resultados no siempre han de ser necesariamente buenos.

Concluí la jornada manifestante de la Diada, tras ver las imágenes de tanta gente congregada para, en principio, pedir la independencia de Cataluña respecto de España, con la sensación de que no todo el mundo allí sabía lo que se estaba jugando. No dramaticemos la situación, me dije, porque la independencia, que implica ruptura, es simplemente imposible: Europa rechazaría, estatutaria y legalmente, al nuevo Estado catalán, y los contactos comerciales con la España de la que se segregarían quedarían tan severamente limitados que la maltrecha economía catalana simplemente se hundiría. Eso, sin contar con que las calles dirán una cosa, pero las encuestas dicen otra: al menos la mitad de los catalanes se pronuncia en contra de la separación definitiva. Alguien, el 11-S, se pasó de frenada, me parece.

Tener a los catalanes, en general, satisfechos dentro de España, o del Estado español, si usted quiere, es una asignatura pendiente desde hace largo tiempo; no hay más que leer, por ejemplo, los artículos de José Ortega y Gasset en «El Sol», en 1919, para darse cuenta de la por otro lado lamentable actualidad que hoy tienen aquellos escritos. No me resisto a reproducir una sola frase: «tengan en cuenta los catalanes, en esta hora, calificada por ellos mismos de «histórica», que hay una España pujante, suficiente en cantidad y calidad, para dar solución a los problemas que Cataluña alza como una bandera frente al Parlamento y al Gobierno».

Lo que ocurre es que, salvo que Artur Mas, que este jueves se aparece en carne mortal ante un foro masivo en Madrid, se convierta a la verdad, como Saulo al caer del caballo, en Cataluña no está Cambó. Ni en Madrid gobiernan Maura o Romanones, por señalar dos figuras destacadas y de trayectoria no siempre afortunada, aunque pródigos en sacar conejos de la chistera. Quiero decir que, pese a la lucidez de los textos de Ortega, la coyuntura no es, ni mucho menos, la misma; lo único que queda claro es la veteranía del llamado «problema catalán», que ni estalla ni se resuelve a lo largo de los años. No sé, por tanto, si el gobernante emplazado en San Jaime acabará entendiéndose con el inquilino de La Moncloa, pero más vale que ambos lo hagan, porque no está el horno para bollos aventureros, ciertamente, ni para que se repitan los sucesos de 1919, que, por cierto, acabaron con la efímera presidencia de Don Alvaro Figueroa, Conde de Romanones.

Falta para este entendimiento, claro está, una hoja de ruta política, al menos que nosotros, las gentes de la calle, sepamos. Un conejo en la chistera. Un Plan que ni Más -pródigo en errores en las últimas semanas- ni Rajoy -increíble la falta de reacción del Gobierno central ante el espectáculo de la Diada- parecen tener. No parecen tenerlo ni para resolver un contencioso -vamos a llamarlo así- territorial histórico ni para afrontar las consecuencias sociales -el «problema obrero», que decía Ortega- que, tanto en Cataluña como en el resto de España, está teniendo el inevitable empobrecimiento de los ciudadanos. Y estas consecuencias sociales están siendo tremendas: desde el estrechamiento de las clases medias hasta la liquidación de una generación bien preparada y ya acaso definitivamente frustrada.

Volvemos, así, al principio: tengo para mí que no se trata solamente de pedir la independencia, sino que al éxito de la manifestación de la Diada contribuyó no poco el recorte que los catalanes han experimentado en su estado de bienestar. Lo mismo va a ocurrir este sábado en Madrid y otras ciudades españolas, cuyas calles se van a ver llenas de gente que protesta por un presente que no le gusta, pero, sobre todo, por un futuro que no ven claro. ¿Quién, quién, gestionará ese futuro? Si han de ser los mismos que ahora gestionan el presente, más vale que se pongan a cambiarlo, aquí y ahora. Ya.

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