Francisco Muro de Iscar – Si se muerden, se envenenan


MADRID, 18 (OTR/PRESS)

Somos lo que vemos, lo que aprendemos, y demasiadas veces lo que no hemos querido o no hemos podido aprender. Parece que hay quien no ha permitido que la educación entrara en su cerebro y mucho menos en su corazón. La dimisión de Esperanza Aguirre ha suscitado infinidad de comentarios en los medios digitales y en las redes sociales. Pocos minutos después de producirse la noticia, en algunos medios había ya centenares de comentarios. Algunos lamentando su marcha, otros elogiosos -algunos de forma desmedida como si Esperanza Aguirre hubiera inventado la política- pero muchos también absolutamente agresivos, despiadados, inhumanos, haciendo burla incluso de su enfermedad o deseándole lo peor. Algo impensable e incalificable en personas civilizadas. En muchos lugares esos comentarios siguen a disposición de los lectores y en otros, aparentemente más cívicos, aparecen como «comentario borrado». Lo han sido después de que muchas personas los hayan podido leer y reenviar.

El odio es un sentimiento inhumano que tenemos los humanos. Me repugna la hipocresía, pero más la falta de humanidad de quien se esconde detrás de un nombre falso para insultar a quien apenas conoce. Del odio se ha escrito mucho y la vida está llena de miserables que han puesto el odio como el primero de sus valores. El odio «es la cólera de los débiles», según Alphonse Daudet, «la carencia de imaginación» según Graham Greene o «la venganza de un cobarde intimidado», en palabras certeras de George Bernard Shaw. O todo junto. Ha habido demasiados cobardes que se han escondido en la red para atacar a Esperanza Aguirre, como ayer lo hicieron con otros y mañana repetirán faena con quien toque.

Es un problema de educación. De mala educación. De lo que no nos han enseñado en los colegios y en muchas familias. De lo que vemos en algunos programas de televisión donde algunos cobran mucho dinero por insultar, por agredir, por hablar de lo que no saben, por despreciar a quienes no conocen. De lo que algunos políticos vienen haciendo descalificando sin argumentos o con mentiras al contrario. En el insulto, que casi siempre va unido a la envidia, no hay ideas, ni crítica ni opiniones, simplemente hay violencia, ira, a veces extrema. Una sociedad donde la envidia y hasta el odio ocupan espacios públicos preferenciales es una sociedad enferma. Diógenes decía que «el insulto deshonra a quien lo infiere, no a quien lo recibe» y Victor Hugo, escribió que «cuanto más pequeño es el corazón, más odio alberga». Peor para ellos. Como se muerdan, se envenenan. [email protected]

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