El cuento de los traidores

Ahora sólo es un goteo, pero si los rebeldes se hacen fuertes en Damasco, las deserciones serán pronto una riada.
Es inevitable en los finales de régimen y el de Bachar el Asad, contra quien buena parte de la población entró en rebelión hace ya 16 meses, se agota.

Nawaf Fares, que hasta la semana pasada ejercía de embajador de Siria en Irak, ha dado la espantada y se dedica desde un lujoso hotel de Doha a lanzar acusaciones contra los déspotas a los que sirvió con fidelidad canina durante 34 años.
Dice que son una panda de asesinos y que el tirano -“como un lobo herido y acorralado”- hará lo que sea por sobrevivir.
En eso, estamos de acuerdo. Es a partir de ahí, preocupado por labrarse un futuro, donde desbarra.

Lo de que tiene armas químicas y se ha aliado con Al Qaeda, ha cosechado enormes titulares en los periódicos, pero huele tan mal como las denuncias que se hicieron contra Sadam Hussein y sus míticas armas de destrucción masiva en los meses previos a la invasión a Irak de 2003.

Con Sadam había pruebas de que poseía armamento químico, porque lo había usado contra los kurdos. Los labriegos de Halabja y otras aldeas las llamaban «las bombas sin voz«, porque mataban sin hacer ruido. No había explosión, ni metralla o llamaradas. Tan sólo el estremecedor siseo del gas y un olor raro… como a ajo.

Y lo de Al Qaeda es todavía más chocante, porque Al Zawahiri califica a Bachar de apóstata y ha exhortado a los yihadistas a combatirlo. Puede ser, como denuncia el ex embajador Fares, que el déspota y el fanático islámico hayan sellado una alianza de conveniencias, pero ya me extraña.

Con sátrapas como Bachar no hace falta exagerar. Son bastante repugnantes al natural.

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Autor

Alfonso Rojo

Alfonso Rojo, director de Periodista Digital, abogado y periodista, trabajó como corresponsal de guerra durante más de tres décadas.

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