No se inquieten. En esto, Baltasar Garzón ni está ni se le espera. El
juez, que anda en ‘proyectos humanitarios’ por América Latina no
emitirá una orden de busca y captura internacional contra los
dirigentes de las FARC.
Ni siquiera instará al Tribunal de la Haya a que siente en el
banquillo a Hugo Chávez, por su complicidad con los narcoterroristas
colombianos.
Tampoco dirán ni mus muchos de los que aplaudieron con entusiasmo que
se arrestase a Pinochet en Londres, cuando ya era un anciano
desdentado. En esto del crimen, la progresía europea usa dos varas de
medir.
Aquí, detienen a una paisana, que con el parapeto de una ONG se dedica
a recoger fondos y dar apoyo desde España a las FARC, y al final se va
de rositas porque el tribunal se la agarra con papel de fumar y pone
en duda las apabullantes pruebas encontradas en los ordenadores de los
facinerosos.
Cuesta entenderlo, porque lo que ha sufrido y sigue sufriendo Colombia
no tiene parangón. Hoy, lo que llena los periódicos es el horror
vivido por esos diez policías y militares a los que mantuvieron entre
14 y 14 años con una cadena al cuello y amarrados a un árbol.
Y en manos de los narcoterroristas, pudriéndose hasta que alguien
pague, quedan 400 civiles. ¿No es caso para Garzón?