Antonio Casado – Fiesta Nacional.


MADRID, 12 (OTR/PRESS)

Malos tiempos para celebrar la Fiesta Nacional. Al ministro de Educación le acaba de caer la gota fría por decir que quiere compensar el déficit de lo español en el peso de los planes educativos de Cataluña. Usó la expresión «españolizar» y eso, al parecer, es pecado de lesa patria. ¿Hubiera quedado mejor un ministro de España diciendo que hay que «catalanizar» esos planes aún más?

Por el desfile militar, la cabra de la Legión y la recepción en el Palacio Real sabemos de la Fiesta Nacional en un país que no está para fiestas, a la vista del estado de ánimo de los españoles recogido en el último barómetro del CIS sobre climas de opinión en la sociedad. Es demoledor. El 70 % de los españoles dice que estamos peor que hace un año. Y que dentro de un año por estas fechas estaremos igual o peor: en lo político (76%) y en lo económico (46%). Un dato al que hay que unir la reiteración de los encuestados en señalar a la clase política como el tercero de nuestros grandes problemas, después del paro y la situación económica.

Y sin embargo, este 12 de octubre da motivos para mirarse en el ombligo histórico de la Hispanidad (pueblos de España proyectados al mundo). No tiene nada de malo apostar por el reforzamiento de lo español en la fecunda diversidad que viene descrita en la Constitución de 1978. Cierto, no tiene nada de malo, pero se ha convertido en algo políticamente incorrecto ¿Es pecado sentirse español y decirlo? Eso parece, a juzgar por el apedreamiento verbal del ministro de Educación.

Y menos mal que decayó el Día de la Raza, de estirpe franquista, heredero de aquella Fiesta de la Raza instaurada por don Antonio Maura en los albores del siglo XX, para perpetuar la gesta del Descubrimiento de América. Maura sólo fue el primero en la serie de gobernantes empeñados en marear la perdiz. Hasta el punto de inspirar al último de ellos, Rodríguez Zapatero, aquel insensato comentario sobre la nación como «concepto discutido y discutible», que ustedes recordarán.

Estábamos en que don Antonio Maura, aquel Bismarck de cercanías que predicaba la revolución desde arriba, por nuestro bien, se inventó la Fiesta de la Raza para fortalecer el orgullo de ser españoles, que estaba por los suelos después del desastre del 98. Lo de ahora empieza a tener cierto parecido.

Al general Franco le pareció mejor, ya en 1940, otro enganche verbal con la memoria histórica: Día de la Raza. No por mucho tiempo. En 1958 lo convirtió en Día de la Hispanidad, pero tampoco fue definitivo aquel nuevo volantazo semántico al significado del 12 de octubre. Tuvo que llegar Felipe González en 1987 para dejarlo en Fiesta Nacional, por ley. Desde entonces ha ido a menos mientras que las fiestas de los nacionalismos de cercanías han ido a más. Está mal visto sentirse orgulloso de ser español porque choca con el relato impuesto por estos. Y si un ministro de España habla de «españolizar» la educación lo tachan de «pre-constitucional» y lo queman en la hoguera política y mediática. ¿No es penoso?

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