MADRID, 15 (OTR/PRESS)
Artur Mas, «le petit Sanson», está dispuesto a darle patadas a las frágiles columnas que sostienen una España al borde de la quiebra, aunque los cascotes de la techumbre caigan sobre las cabezas de todos, vivan en Calatayud o en Sabadell, en Bollullos del Condado o en San Baudilio de Llobregat. Ni Karl Marx, ni Friedric Engels, que murieron ambos en el lodo precapitalista de Londres, imaginaron nunca que, al calor de sus teorías, en buena parte brillantes, crecieran tiranos tan aborrecibles como Stalin, Mao, Kim Jong I, Fidel Castro y otros ilustres jefes de asesinos. El santurrón y orate de Sabino Arana, nunca hubiera creído que sus delirantes teorías sobre la supremacía de la raza vasca derivaran en que un día, un «valiente» gudari le pegara un tiro en la nuca a un chico joven que iba a ensayar con su grupo musical, y que había sido elegido, libre y democráticamente, concejal de su pueblo. Tampoco los impulsores de la Renaixença supusieron jamás que un día del siglo XXI «Le petit Sanson» llegara a hacer creer que los feos serían nombrados reyes de la belleza, y los pobres se volverían ricos con la independencia de Cataluña, y que los viejos, en los bancos de los parques, comentaran que cobrarían más pensión si Cataluña se separara de España. Santiago Rusiñol, un catalán universal, que murió pintando los españolísimos jardines de Aranjuez, decía que la peor de las mentiras es la que se pronuncia con semblante serio.
La quijada de «Le petit Sanson» está más conformada para la gravedad que para la sonrisa. También los burros son muy serios, y es imposible encontrar un testimonio creíble de alguien que atestiguara que un burro sonriera, pero lo peor de todo es que la demagogia, cada día, nos acerca a la miseria y a la depauperación, todo por ocultar que, tras un cuarto de siglo de gobierno nacionalista e independista, unos y otros han arruinado a Cataluña. Pero «Le petit Sanson» prefiere mentir, falsear y embaucar, antes de reconocer la culpa de sus conmilitones.
