Asalto a la panadería

La revolución de los hambrientos suele terminar en la panadería de la esquina. No se quien fue el cínico que acuñó la frase, pero desgraciadamente se ajusta bastante a la realidad.

No son la miseria, la desigualdad social y las ansias de libertad de la gente lo que acaba con los tiranos. Si fuera sí, un tarado como Robert Mugabe, que ha destruido la economía de Zimbabue y tortura sin remilgos a sus empobrecidos habitantes, no llevaría 30 años en el poder.

Ni los Kim se pasarían unos a otros el trono en la depauperada, paranoica y angustiada Corea del Norte. Ni el sinistro Asad y entramos ya en materia, hubiera aguantado el embate de los confusos y peligrosos rebeldes sirios y estaría recibiendo emisarios internacionales.

¿Qué ha faltado en Siria? Muchas cosas, pero de modo determinante, un Ejército digno de ese nombre. Al avaricioso Ben Alí no le hicieron subirse al avión y salir corriendo las acaloradas protestas juveniles, sino el comunicado de los militares tunecinos anunciando que en ningún caso dispararían contra la multitud.

En Egipto fue todavía más claro. Pintar lo ocurrido en El Cairo como consecuencia de la acción subversiva de blogueros y tuiteros queda muy bonito en los periódicos europeos, pero es una solemne pavada. Lo que hizo desistir a Mubarak no fue Internet, sino la férrea presión de los uniformados.

A Ceaucescu no lo derrocó en la Navidad de 1989 una revuelta popular, sino una conspiración militar alentada por Gorbachev desde Moscú. Lo demás fue atrezzo. Algo similar ha pasado con Mubarak, porque lo ocurrido en Egipto se parece bastante a un golpe militar.

Si en Siria hubiera habido capitanes, comandantes y coroneles formados en academias extranjeras y un Ejército tradicional y de tribu o banda, Asad estaría a estas horas pelando la pava con el venezolano Hugo Chávez o colgando de una farola en Damasco.

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Autor

Alfonso Rojo

Alfonso Rojo, director de Periodista Digital, abogado y periodista, trabajó como corresponsal de guerra durante más de tres décadas.

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