Hay que poner freno a la Cultura de la Muerte.


El tan recurrente término Cultura de la Muerte fue acuñado por el papa Juan Pablo II en su encíclica El Evangelio de la Vida, el 25 de marzo de 1995. En estos momentos vivimos bajo la dictadura del secularismo y el relativismo moral. “Con las nuevas perspectivas abiertas por el progreso científico y tecnológico –dice el entonces Santo Padre, hoy beato—surgen nuevas formas de agresión contra la dignidad del ser humano, a la vez que se va delineando y consolidando una nueva situación cultural, que confiere a los atentados contra la vida un aspecto inédito y –podría decirse—aun más inicuo, ocasionando ulteriores y graves preocupaciones: amplios sectores de la opinión pública justifican algunos atentados contra la vida en nombre de los derechos de la libertad individual, y sobre este presupuesto pretenden no solo la impunidad, sino incluso la autorización por parte del Estado, con el fin de practicarlos con absoluta libertad y además con la intervención gratuita de las estructuras sanitarias”.

Proféticas palabras. Diecisiete años después contemplamos con gran pena cómo la Cultura de la Muerte se enseñorea hoy en nuestra sociedad, de manera silenciosa en sus inicios, y ahora abiertamente y con todos los derechos que propone el nuevo paradigma. Sus promotores actuales, siguiendo las mismas tácticas que ya utilizaron los del siglo XVIII, nos han acostumbrado al eufemismo. El uso de la libertad perversa a la que aludía Juan Pablo II nos está llevando a grados de insensibilidad enfermizos. El ser humano está corriendo el peligro de convertirse en “otra cosa”, en un ser completamente amoral si no frenamos el laicismo salvaje que cual horda destructora avanza destruyendo a su paso lo mejor del ser humano: su sentido trascendente. La falta de empatía ya se puede ver reflejada en el grado de aceptación de tendencias contra natura o en comportamientos completamente alejados de la naturaleza del hombre.

El egoísmo imperante en la sociedad actual nos lleva a un individualismo hedonista feroz donde impera el aquí y el ahora, como si el ser humano no tuviese ninguna perspectiva de futuro. El culto al placer, al ocio, a lo banal y a la superficialidad es la razón de vivir de las sociedades opulentas. Todo ello conduce a un estado de anestesia generalizada, caldo de cultivo idóneo para la germinación y el arraigo de la Cultura de la Muerte en sus varios ejes: eutanasia, suicidio asistido, aborto, manipulación de embriones (para cualquier uso) y clonación. Causa espanto comprobar la decadencia de la profesión médica y la vulneración sistemática del Juramento Hipocrático, base del código deontológico por el que debe regirse su praxis. Llama la atención que doctores de esta ciencia sean en muchos casos los adalides del ejército de guerreros contra la vida.

Los orígenes de la Cultura de la Muerte hay que buscarlos a finales del siglo XVIII en el libro del profesor de economía política, Thomas Robert Malthus, Essay on the Principle of Population. (Ensayo sobre el principio de la población). En esta obra, el autor sostiene la necesidad de controlar la población de las clases inferiores porque no hay alimentos para todos. Propone que se les niegue a los pobres todo tipo de ayuda tanto pública como privada para obligarlos a tener solo el número de hijos que puedan mantener. La mentalidad eugenésica de Malthus influyó en los eugenistas Margaret Mead, Harry Laughlin, Madison Grant o Margaret Sanger que tanto han contribuido –y lo siguen haciendo—a la actual Cultura de la Muerte.

Castañeda nos hace reflexionar sobre una obra publicada en Alemania en 1922 que, según su opinión, pasó inadvertida. Se trata del libro titulado Die Freigabe der Vernichtung Lebensumwertern Lebens (La exoneración de la destrucción de la vida carente de valor) del psiquiatra Alfred Hoche y el jurista Darl Binding. La vida de los viejos, enfermos o poseedores de alguna tara es una vida “carente de valor”, un término empleado en la Alemania del Tercer Reich y escrito con sangre en los estandartes de los promotores de la Cultura de la Muerte del siglo XXI, con un barniz, eso sí, de falsa filantropía.

Los Mengueles nazis hubieran babeado hoy pudiendo manipular embriones legalmente. La manipulación de embriones para la fecundación in vitro (FIVET), bien para implantarlos en futuras madres o con cualquier otro fin es un acto inmoral, sobre todo por sus efectos colaterales ya que para conseguir uno, es necesario fecundar varios, que serán destruidos o congelados después de la operación. Estamos hablando de la selección de un ser humano y de la condena del resto. Estamos hablando de elegir al más apto, al más sano, o al que mejor se adecue a nuestras necesidades del momento. Es el caso de los mal llamados “bebés medicamento”. Estamos hablando de destruir a los inferiores, a los que no sirven. Las personas que defendemos la vida, defendemos también la dignidad de los seres humanos, cualquiera que sea su momento y estado vitales y no consideramos ético utilizar a unos seres humanos para curar a otros. Porque, cada ser humano tiene un valor absoluto per se. Experimentar con un embrión es cosificar al ser humano privándole de su categoría de persona. La conservación de embriones congelados también es una ofensa contra la dignidad humana porque se les expone a riesgos de muerte y lesiones, y se les priva además de tener un periodo de gestación normal.

La fecundación de embriones in vitro —aunque de manera velada porque es un tema que despierta polémica— también se realiza para experimentos de clonación. Manipular el patrimonio cromosómico y genético es otra inmoralidad por mucho que se presente con el disfraz “terapéutico”, es decir, para descubrir el origen de determinadas enfermedades hereditarias y curarlas. A este respecto, el documento Donum Vitae se expresa en estos términos, adelantándose a los acontecimientos: “Las técnicas de fecundación in vitro pueden hacer posible otras formas de manipulación biológica o genética de embriones humanos, como son: los intentos y proyectos de fecundación entre gametos humanos y animales y la gestación de embriones humanos en úteros de animales. Estos procedimientos son contrarios a la dignidad del ser humano propia del embrión y, al mismo tiempo lesionan el derecho de la persona a ser concebida y a nacer en el matrimonio y del matrimonio. También los intentos y las hipótesis de obtener un ser humano sin conexión alguna con la sexualidad, mediante ´fisión gemelar`, clonación, partenogénesis, deben ser considerados contrarios a la moral en cuanto que están en contraste con la dignidad tanto de la procreación humana como de la unión conyugal”.

Pues bien, esto no es ciencia-ficción sino realidad pura y dura. En la actualidad, varios centros y universidades del mundo, entre ellos el Instituto Max Plank de Alemania y la Universidad de Stanford de EE.UU., tienen en marcha proyectos de investigación de animales con células humanas, so pretexto de desarrollar en ellos enfermedades y avanzar en su curación, o como acopio de material para trasplantes. Existen ya ovejas con hígados y corazones parcialmente humanos y ratones con células cerebrales humanas. El Max Plank estudia incluso la creación de un híbrido de hombre y chimpancé, el “humanzee”. Hay que decir que estos proyectos no tienen garantizado el éxito, pero aunque así fuera, desbordan todos los parámetros de la moral, y además podrían acarrear otras consecuencias negativas para la estabilidad de la raza humana.

La clonación se efectúa “tomando un óvulo, sacándole su núcleo y reemplazándolo con un núcleo de una célula somática, es decir con un núcleo que contiene 23 pares de cromosomas. La célula resultante de la primera etapa de un clon es un cigoto. Como se puede ver, la clonación evita la reproducción sexual e inyecta directamente un núcleo somático dentro del óvulo, sin necesidad del espermatozoide”. (P. Alfred Cioffi, Clonación humana: ¿reproductiva o terapéutica?, Boletín electrónico de VHI, 26 de marzo de 2002, vol. 5, número 15. El padre Alfred Cioffi es doctor en teología moral y en genética). Se establece una distinción entre clonación terapéutica y reproductiva. En la clonación reproductiva, una vez extraído el núcleo del óvulo y reemplazado con otro núcleo somático dando como resultado el cigoto, éste se implanta en la matriz de la mujer y se desarrollará como un bebé normal. En la clonación terapéutica al cigoto se le mantiene en una caja de Petri y se le deja crecer hasta la etapa de blastocisto (de una a dos semanas). Después es desmembrado para obtener sus células madre. Aunque la clonación reproductiva es menos agresiva físicamente, es moralmente inaceptable, ya que, como he expresado, atenta contra la dignidad de la persona. Es privar al nuevo ser humano de la genética de un padre, y lo convierte en hermano gemelo de la madre. La investigación con células madre procedentes de embriones, aparte de una inmoralidad, ha resultado un fracaso. Sí han tenido éxito las realizadas con tejidos humanos adultos y con células procedentes del cordón umbilical o de la placenta.

Una de las estrategias que los promotores de estas técnicas ponen en práctica consiste en tildar a quienes se oponen a sus prácticas contra natura, de enemigos de los avances científicos, de retrógrados y de estar manipulados por la Iglesia. Incluso no dudan en echarnos en cara el tema de Galileo. La mentira es una fiel aliada de la Cultura de la Muerte. ¡A ver cómo paramos esto entre todos!

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Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora, pertenece al Foro de Comunicadores Católicos.
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
Directora de Ourense siglo XXI
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(25/10/2012)
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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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