Esther Esteban – Más que palabras – Julia y los seis millones.


MADRID, 26 (OTR/PRESS)

La hija de mi mejor amiga, Julia, acaba de marcharse a Ecuador donde durante un año dará clases en una de las mejores universidades del país. Tiene 32 años y desde que terminó sus estudios universitarios ha sobrevivido, a duras penas, con la ayuda familiar y algunos trabajos esporádicos que la mayoría de las veces no tenían nada que ver con su profesión. Entre tanto y a la espera de que le llegara su oportunidad hizo varios Masters sobre temas relacionados con imagen y sonido -carrera en la que se licenció con buen curriculum-, se marchó a Estados Unidos para perfeccionar su inglés y cuando concluyó su larguísima formación la crisis se encargó de enseñarle la dura realidad: ni puertas a las que llamar, ni proyectos en los que desarrollar su enorme creatividad y talento, ni posibilidad alguna de insertarse en el mundo laboral.

Precisamente, hace apenas unos días el destino quiso que a través de la Universidad Pública de Valencia -donde había realizado uno de los Masters- se enterara de que pedían profesores de su especialidad en Ecuador y sin pensarlo ni un segundo se agarró a la oportunidad como un clavo ardiendo. La oferta era tentadora: contrato de un año, viaje de ida y vuelta y alojamiento pagados y un salario en dólares bastante digno que, en estos momentos, sería un sueño para muchos jóvenes con su preparación en España.

Julia es una emigrante más, como lo fueron nuestros padres durante el franquismo. No es analfabeta, ni mano de obra barata, como lo fueron ellos sino que pertenece a la generación mejor formada y preparada de nuestro país pero, como ellos, ha tenido que buscar su futuro alejada de los suyos. No lleva una maleta raída y vacía sino un abultado equipaje con los más modernos equipos informáticos pero sus sueños, como la de nuestros padres, van en ella. No va a la Europa rica, al paraíso donde manaba la leche y la miel, sino a la América pobre y subdesarrollada, donde el nivel de vida es infinitamente menor que el suyo pero… no importa ve futuro donde aquí solo veía quimera y desesperanza.

Verla marchar nos ha producido a todos un sabor agridulce. De alegría porque ¡por fin! ha conseguido un trabajo donde desarrollar su profesión y de profunda tristeza, desánimo, indignación y frustración por no haber sabido organizar una sociedad donde ella, como tantos y tantos jóvenes, tengan salidas y oportunidades. Julia era hasta hace una semana un numero más de esas estadísticas odiosas, formaba parte de los 5.778.000 personas que pasan sus lunes al sol en nuestro país, y para dejar de serlo nos ha dejado a todos un gran vacío en el alma que solo ella puede llenar.

El otro día me encontré, de casualidad, leyendo en un artículo de otra colega una frase de Albert Einstein que me llamó mucho la atención. «No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia, como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis donde nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar superado (…) Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora que es la tragedia de no querer luchar para superarla». Tal vez el genio tenga razón y ese sea el triste destino que nunca cambia, aunque pasen los años y las generaciones pero ¡Maldita sea! ¡que alguien haga algo! porque todos, todos estamos dispuestos a empujar y si algunos se empeñan en seguir poniendo piedras serán las «Julias» de turno quienes digan ¡Basta ya!.

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