Andrés Aberasturi. Aberraciones jurídicas.


MADRID, 2 (OTR/PRESS)

Cuando estrenamos democracia, incluso cuando nos acercábamos a su comienzo aun en la transición, teníamos mucha prisa -como no podía ser de otra manera- por suprimir todas las barbaridades judiciales de la dictadura: desde leyes como la bochornosa «de vagos y maleantes» hasta los propios tribunales que las aplicaban, aquellos terribles «TOP» (Tribunal Orden Público desaparecidos en 1977) que manejaban las presuntas libertades de los españoles en aquella de «democracia orgánica» como les venía en gana y sin tener que dar cuentas a nadie: era la represión pura y dura. No soy jurista, pero recuerdo que la autoridad del padre sobre los hijos llegaba a extremos insoportables o que las mujeres, por el hecho de serlo, no podían tener ni cuentas corrientes a su nombre en un banco sin la autorización del marido y hubo que esperar hasta 1978 para que se derogaran los artículos 449 y 452 del Código Penal, relativos al adulterio y amancebamiento, una norma legal que tutelaba concepciones estrictamente morales y absolutamente discriminatorios para la mujer.

Como optamos por la reforma y no por la ruptura, muchos de aquellos magistrados siguieron en sus puestos aunque también se incorporaron otros muchos y otras muchas con auténtica vocación democrática. Fue el tiempo el que se encargó del resto.

Pero como siempre en estos casos -y seguramente más en este país- nuestro afán por superar un pasado indigno nos fue llevando a situaciones que, por lo menos, me van a permitir que califique de polémicas. Y así nos encontramos con hechos y leyes tal vez bien intencionados pero que es necesario revisar con urgencia. El juez de menores Emilio Calatayud y algunos otros que predican en el desierto y hasta son investigados o expedientados están hartos de poner de manifiesto lo que para muchísimos ciudadanos -entre los que me encuentro- se han convertido en autenticas aberraciones jurídicas.

La Ley del Menor es manifiestamente mejorable, pero como eso se dice «en caliente», nunca se mejora. Que la denuncia de una mujer por malos tratos -y soy plenamente consciente del jardín en el que me estoy metiendo- signifique de forma inmediata la estigmatización del marido o la pareja así, sin más, es algo que convendría replantearse cuando de todos es sabido hasta qué punto se está abusando un día sí y otro también de esta situación. Que dar un cachete a tu hijo menor se haya convertido en la posibilidad real de un alejamiento, juicio y condena por malos tratos (ha ocurrido) es un disparate sobre el que alguien debería pensar. Y no entro ya en otros temas como las absurdas contradicciones en las edades para mantener relaciones sexuales consentidas -ahora mismo muy discutido- o la venta de ciertos fármacos, etc.

Yo no sé si con todos los problemas que tenemos encima hay tiempo para estas cosas. Tiempo siempre hay, claro, lo que no sé es si hay ganas, interés, tranquilidad para debatirlo sin tener que usar clichés de progre o conservador sino eso que hemos dado en llamar sentido común. Pero que el pasado haya sido vergonzoso no significa que el presente sea perfecto.

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