Andrés Aberasturi – Patético, añoso y caduco «piqueterismo».


MADRID, 16 (OTR/PRESS)

Las asignaturas pendientes de la democracia empiezan a ser ya demasiadas: ahí está el Título VIII de la Constitución que nos trae el disparate de la pretendida secesión de Cataluña (con la ayuda inestimable de Zapatero) y ahí está ese panal llamado Senado absoluta y radicalmente inútil gastando sus señorías 55.000 euros de todos los españoles en llamadas a los 902 y en SMS a concursos de la tele sin que a nadie se le caiga la cara de vergüenza, y ahí está, durmiendo el sueño injusto de la cobardía de todos los gobiernos, una ley de huelga que nunca existió y que no va a existir porque la derecha no se atreve y a la izquierda no le conviene. Y por eso pasan las cosas que pasan y por eso seguimos instalados en la inmoral actividad de unos sindicatos que ya lo han demostrado demasiadas veces, carecen de casi todo -credibilidad, afiliados, legitimación- salvo de piquetes informativos. Y a eso voy.

Voy porque el pasado 14 asistí a un espectáculo lamentable -uno más- de un piquete informativo. Eran una veintena de hombres que caminaban por la calle con la chulería propia -permítaseme la expresión- de quienes amparados por unas pegatinas se creían en aquel momento los dueños de la situación, los responsables de la ciudad, los que podían mandar, insultar, coaccionar de una forma absolutamente impune y con la responsabilidad individual felizmente diluida en el poder del grupo, matonismo de far-west, Chicago años 20. Me pareció todo bochornoso, sentí vergüenza y miedo y rabia y me pregunté si esa gente era la que me representaba como trabajador y me pregunté cómo pude en algún momento de mi vida haber formado parte de sus listas ni siquiera como independiente. Me pregunté qué pasaría si de pronto, por un milagro, un grupo de veinte pequeños comerciantes se enfrentaran a uno de ellos pero solo, sin el poder del grupo; ¿sería entonces tan valiente, tan leal a sus ideas, tan vociferante de eslóganes rancios, tan falto de educación que pese a estar en minoría absoluta iba a ser capaz de llamar de todo a los veinte pequeños comerciantes, a insultarles y a amenazarles?

Ya está bien de este juego. Si ningún gobierno se atreve a redactar una ley que regule el derecho de huelga, que al menos pongan el nombre que se debe poner a las cosas. En un país que maneja con soltura la redes sociales, que cuenta como mínimo con quince cadenas de televisión, cientos de periódicos digitales y de papel, cientos de emisoras de radio, resulta insultante calificar como «informativo» lo que todos sabemos que no es más que una cuadrilla con licencia para coaccionar -en el mejor de los casos-. Si yo fuera un responsable sindical de verdad, de los que aun quedan pero casi como un recuerdo, se me caería la cara de vergüenza de tener que recurrir a semejantes métodos para imponer por la fuerza una huelga que ni fue general ni va a servir para absolutamente nada.

Ahora que me llamen facha y todas esas cosas. Lo malo es que si no me hubiera sentado tan mal este patético, añoso y caduco «piqueterismo» sí hubiera ido a la manifestación porque no me gusta lo que hace Rajoy/Bruselas, porque me duele los millones de parados, porque estoy en contra de los recortes sanitarios, por muchas cosas que me llevan a la protesta y a la indignación. Pero jamás me vais a ver compartir ni grito ni pancarta con quien dos horas antes ha pretendido, por la fuerza y sin ninguna legitimidad, cercenar mi libertad. Y no vale que me digan que eso ocurre en toda Europa; primero porque no es verdad y segundo porque, aunque lo fuera, en absoluto semejante actitud generalizada la convertiría en justificable.

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