Antonio Casado – Habla Cataluña.


MADRID, 23 (OTR/PRESS)

Los catalanes se pasan por las urnas el domingo 25 de noviembre, con un doble peso sobre su estado de ánimo a la hora de depositar la papeleta. Por una parte, la duda de si van a dejar a Cataluña en manos de un político corrupto, que es lo que sugiere el famoso «borrador». Y por la otra, si el cuerpo les pide fantasear con la idea de una Cataluña como unidad de destino en lo universal, que es lo que propone el actual presidente de la Generalitat como purga de benito frente a todos los males que les agobian, incluidos los sobrevenidos con la crisis económica.

Un desafío al Estado y la sombra de la corrupción. Esa es la doble motivación para votar a tal o cual partido. Ambos motivos llevan camufladas las verdaderas preocupaciones de los catalanes. Las mismas que las del resto de españoles. Es decir, el miedo a perder el puesto de trabajo, el aumento de la pobreza, el deterioro de los servicios públicos, el paro juvenil y, en general, los problemas de ciudadano para llegar a fin de mes.

Artur Mas supo pronto que gestionar eso era más complicado que echarse a la calle a anunciar que con él Cataluña volverá a ser «rica y plena», como en «Els Segadors». Así que corrió a meterse bajo las faldas de la senyera estelada acusando a Madrid de todas las desgracias del pueblo catalán. Por tanto, convocó elecciones y las convirtió en plebiscito secesionista. Un tigre del que ya no podrá bajarse fácilmente, como suele decir la ex ministra Carme Chacon cuando se le pregunta si finalmente Artur Mas convocará su famoso referéndum.

Si descontamos la victoria de CiU este domingo, aunque no sea por mayoría absoluta, ese es el problema que tendrá el renovado presidente de la Generalitat: que ya no se puede bajar del tigre. O sigue adelante con los planes de consultar a los catalanes si quieren que Cataluña sea «un Estado dentro de la Unión Europea» o quedará como un traidor a los ojos de la parte más radical de su partido, representada en Oriol Pujol, secretario general de CDC, y de sus presuntos hermanos de fe nacionalista, ERC, con los que probablemente tenga que colaborar para asegurar la estabilidad de su futuro Gobierno.

Además los catalanes acuden a las unas con el peso de la duda sobre la verdad o la mentira de las acusaciones de corrupción contenidas en el apócrifo informe policial ¿Influirán en el resultado? La experiencia nos dice que la corrupción tiene un impacto escaso en los procesos electorales. Véanse los antecedentes de Jesús Gil (municipales) y Francisco Camps (autonómicas). No fueron los ciudadanos sino los tribunales quienes les echaron.

Lo que no puede negarse es el impacto del «borrador» en la campaña. Con más o menos amplitud, los otros candidatos han incluido el asunto en sus discursos. Lo que no sabemos aún es si les va a cundir. Es decir, si eso ha servido para pinchar la burbuja secesionista o, por el contrario, para mejorar su facturación en las urnas del domingo. Lo veremos.

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