Fernando Jáuregui – El «caso Mas» y nosotros, los periodistas.


MADRID, 23 (OTR/PRESS)

Francamente preocupante ha sido, pienso, la recta finalísima de la campaña catalana, que enfrenta dos concepciones de país, de ética y de estética políticas… y de periodismo. Nunca estuvieron tan enfrentados los colegas catalanes y los del resto de España -aunque en el término «prensa de Madrid» se especifiquen en Cataluña, donde me encuentro, muchas hostilidades casi cainitas-; jamás hubo dos verdades tan diferentes por las que los periodistas situados a uno u otro lado jurarían por sus vidas.

Digo y padezco todo esto a cuenta, desde luego, del «caso El Mundo» versus Artur Mas, versus Jordi Pujol y su saga y también versus una concepción de la justicia «made in Cataluña», y ahí, en este último punto, sí que existe una profunda diferencia de concepciones con el resto de España.

Naturalmente, desconozco si existe un «informe UDEF» como tal, detallando corruptelas que afectarían personalmente al molt honorable presidente de la Generalitat y a su antecesor remoto Pujol. Desconozco si este informe -porque «algo» hay en la larga trayectoria de Convergencia i Unió en cuanto a episodios cuestionables y cuestionados- es una recopilación más o menos (in)conexa de cosas, o de investigaciones de cuerpos policiales remendadas para que parezcan un todo homogéneo. De lo que desde luego no se trata es de un invento puro y duro: sostengo que los periodistas podemos exagerar, equivocarnos o actuar con parcialidad o dolo ante un hecho; pero es muy raro que nos inventemos sin más una información, un documento, un suceso.

Igualmente ignoro, claro está, de dónde procede la filtración que llega a manos de los colegas de «El Mundo». Y desde luego que presumo la inocencia, mientras los tribunales no digan lo contrario, de Artur Mas, de Pujol y hasta de los acaso culpables, los que aún no son confesos, del «caso Palau». Todo eso no significa que me coloque en una posición equidistante ante este muy complejo caso: estoy con mis colegas.

Es mucho lo que no sé, ya digo, pero hay cosas que sí sé, y me permito exponerlas ante una jornada de reflexión en Cataluña que -aunque yo creo que la sangre no va a llegar al río- puede significar un cambio profundo en la vida de los catalanes, del resto de los españoles y hasta de los europeos.

Sé, por ejemplo, que, venga de donde venga una noticia, el periodista debe publicarla una vez mínimamente contrastada. Arreglados íbamos si porque se trata de un contable que no ha cobrado, de una amante despechada, de una «vendetta» entre rivales o competidores, o porque la fuente tenga antecedentes penales, los medios dejásemos de publicar una información que sirve para desvelar a la ciudadanía manejos, corrupciones o irregularidades políticas. ¿Dónde queda, entonces, la función sacrosanta de la prensa, de se que queremos que sea el cuarto poder?

Tampoco sé muy bien si lo que está publicando «El Mundo», por cierto bastante en solitario -aquí ya se sabe lo que ocurre- o hasta con la abierta animadversión de algunos rivales/competidores, beneficia o perjudica al Gobierno de Mariano Rajoy, que yo creo que más bien lo último.

Ni voy a entrar ahora en hipótesis acerca de si la filtración del presunto informe procede de algún «patriota» exaltado en los servicios secretos o en los policiales que ha decidido, por su cuenta, poner una bomba de relojería bajo la silla de Mas. A mí, que no quiero que Mas gane, porque me parece que sería una desgracia que alguien que ha sometido a tanta manipulación al electorado se alce con la victoria, y también porque pienso que un proceso hacia la secesión es, simplemente, una locura insostenible, me da la impresión de que lo que «El Mundo» está publicando, y la polémica subsiguiente, sirven para azuzar ánimos independentistas desbocados: el nacionalismo es un estado de espíritu, no una tesis política, así que a veces el corazón se apodera de las mentes.

Pero, al margen de cuáles sean las intenciones del periódico que dirige Pedro J.Ramírez -he distado de aplaudirle en toda su trayectoria, pero sí lo hago en bastantes pasajes-, pienso que lo primero es la noticia, lo que, en principio, es la verdad. Luego, ya vendrán los tribunales a decirnos si era o no cierto el fondo del asunto, y en ese caso una de las dos partes tiene que pagar las consecuencias; o paga quien publicó temerariamente, o quien cometió los actos de corrupción, si resulta que ese informe existe y que sus dardos se dirigen hacia blanco certero. Es la ley, es la democracia que queremos tener.

He hablado de los tribunales. No me extraña el empeño de Mas y Pujol -en su muy legítima defensa- para que sean los jueces y fiscales de Cataluña los que entiendan de su caso. Ignoro qué ocurre en Cataluña, pero gran parte de los sucesos judiciales más pintorescos -vamos a llamarlo así- ocurren en esta Comunidad. Como un ejemplo más, si ustedes quieren menor, tengo alguna experiencia personal como mínimo desafortunada, cuando perdí -y muy abultadamente, por cierto- un pleito civil contra el Barça en un tribunal barcelonés, después de que el juez, con todo su buen humor, confesara a mi abogada que tenía un hijo muy «culé» que estaba muy enfadado por lo que habíamos publicado en el periódico digital que yo entonces dirigía. Ya se sabe que el Barça es más que un club -por el que, por cierto, siento enorme respeto como aficionado al fútbol-, de la misma manera que Mas o Pujol son más que un político más; usted, querido lector, seguro que me entiende.

Lo que ya no es posible es arredrarse por las consecuencias de lo que publiquemos. Lo digo con la amargura de quien ha tenido que cerrar su edición digital en Cataluña porque las presiones para un diario que quería ser bilingüe, dialogante y puente entre dos «sensibilidades» -seguro que hay definiciones mejores- fueron demasiado fuertes como para que algunos pudieran soportarlas.

Así que, llegados a este punto, confieso, para lo que valga, que seguro que es poco, que tengo que respaldar a mis colegas de El Mundo en esta coyuntura precisa. Hace falta bastante valor para, con la que está cayendo, seguir aguantando el tipo. Por otro lado, también, claro, pienso que es legítimo, y quizá hasta útil, criticar desde otros medios la publicación de este extraño informe, que, lo reconozco, yo habría publicado de haber llegado a mis manos y tras comprobar lo que de verdad haya en él. Luego, si llega el chaparrón, será la hora de los paraguas. Pero, por lo pronto, luz de sol y taquígrafos, digo periodistas.

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