Luis del Val – Clases particulares.


MADRID, 3 (OTR/PRESS)

Me convertí en fumador de tabaco rubio, gracias a las clases particulares. A las que daba yo, que me permitían, tras un par de horas de desasnar al hijo de algún burgués, cobrar un dinero que me permitía invitar a mi novia a una cerveza y comprar una cajetilla de tabaco americano. Pero también las recibí. Creo que en quinto de bachillerato se me atragantaron los logaritmos y las leyes de la termodinámica, y mi madre, con gran sacrificio, hubo de pagarme una academia durante los meses de julio y agosto. Me advirtió que si no aprobaba me fuera buscando un trabajo, y yo, que había visto a un compañero, con catorce años, con un tablón al hombro, me espabilé todo lo que pude.

Los borrachos que había antes se llaman enfermos alcohólicos, los que se jugaban las pestañas a las cartas ahora son ludópatas, y a los estudiantes vagos o desatentos o irresponsables se les denomina víctimas del fracaso escolar. Yo he estudiado en el Instituto de Enseñanza Media, Goya, de Zaragoza, en una clase de cincuenta alumnos y una decena de oyentes. Algunos, como en mi caso, en un determinado momento, fuimos a clases particulares. Y la cuenta salía de la modesta paga de mi padre, y a nadie se le ocurrió que mi desatención, mi pereza, mi desgana o mi garrulería tuvieran que pagarla los contribuyentes, a través de los presupuestos asignados al Ministerio de Educación. Y repetías curso con más de dos asignaturas suspendidas.

Y había un sistema absolutamente interclasista y democrático, porque las reválidas las calificaban los catedráticos de los Institutos, fuera uno alumno de las Hermanitas de los Ricos o del Colegio Elitista de los Padres Millonarios. Y eso era muy justo porque no cabían recomendaciones o componendas. Y te la jugabas en el examen, como te juegas el puesto de trabajo en una entrevista o el nombramiento de concejal en unas elecciones. Porque la vida es una prueba permanente.

Dicen que las clases particulares a los desatentos ya no las vamos a pagar entre todos. Y me parece una buena noticia, porque es justa, y porque obligará a que se espabilen los remolones y los holgazanes.

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