Charo Zarzalejos – Diaz Ferrán o el olvido de la servidumbre.


MADRID, 08 (OTR/PRESS)

El feo, feísimo asunto de Diaz Ferrán ha sido el último caso de lo que _ al margen de la calificación jurídica _ suelo calificar como de «indecencia social» que es esa actitud en la que la distancia entre lo que se pregona y se hace resulta ser sideral. Es esa indecencia gracias a la cual uno es capaz de pasearse tranquilo pese a que en la trastienda de su vida exista la trampa y la maquinación para ponerse a salvo aunque sea costa de dañar de manera irreparable a otras personas. Esa indecencia es la que permite que nos encontremos con casos como el de Diaz Ferrán y de otros muchos anteriores y de los que, con seguridad, nos quedan por ver.

Esta «indecencia social» afecta en mayor o menor grado a personas de casi todos los colectivos sociales, pero no es lo mismo que un parado haga una chapuza en la economía sumergida a que el patrón de los patronos o el político de turno caigan de lleno en la corrupción, en el enriquecimiento injustificado.

Todos aquellos que tienen una relevancia pública y con poder suficiente para que sus decisiones afecten a terceros tienen la obligación de ser fieles a la servidumbre del poder que representan. Y es que el poder, además de límites, tiene sus servidumbres y una de ellas, por no decir la principal, es el de la ejemplaridad. ¿Cómo se puede decir que para salir de la crisis hay que trabajar más y cobrar menos, cuando uno se dedica a trabajar lo mínimo y a engañar lo más que puede?. ¿Cómo exigir bolsillos de cristal a los ciudadanos cuando los propios son sacos de corrupción?.

La justicia tiene sus caminos , sus normas, sus tiempos y sus conclusiones en forma de sentencia y mientras la Justicia no se pronuncie en España todos somos inocentes mientras no se demuestre lo contrario. Pero una cosa es la Justicia y otra el reproche social y el caso que nos ocupa, como otros muchos, son merecedores del máximo reproche social aún cuando la Justicia, de acuerdo con la ley, no encuentre en esos comportamientos ilícitos penales.

No es necesario cometer delito alguno para ser un indeseable. Para serlo basta no tener unos mínimos códigos morales y éticos, basta tener mucho y siempre querer más al precio que sea. Basta, en fín, ser capaz de convivir con la propia impostura.

El magnifico libro «Memorias de Adriano», de Marguerite Yourcenar es un extraordinario compendio de reflexiones sobre la vida, el dolor, la muerte, la búsqueda de la belleza y el poder. En uno de sus pasajes el que fuera emperador romano asegura que «no desprecio a los hombres. Si así fuera no tendría ningún derecho, ninguna razón para tratar de gobernarlos» y tras señalar defectos y virtudes propias de la condición humana de las que él mismo se siente participe, confiesa: «Solo en un punto me siento superior a la mayoría de los hombres; soy a la vez más libre y más sumiso de lo que ellos se atreven a ser. Casi todos – concluye Adriano – desconocen por igual su justa libertad y su verdadera servidumbre». En España tenemos unos cuantos

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