Julia Navarro – Escaño Cero – Sin talante.


MADRID, 13 (OTR/PRESS)

En política la arrogancia se termina pagando más pronto que tarde. Le pasó a José María Aznar y a los suyos que durante su segunda legislatura iban sobrados por la vida y despreciaban las opiniones de los demás. Por eso fueron incapaces de comprender los mensajes que les llegaban desde la sociedad a cuenta de la guerra de Irak, o de la pésima gestión que hicieron del desastre del Prestige.

Hay quienes creen que Zapatero le ganó las elecciones al PP a raíz de los atentados del 11M. Pero en mi opinión si Zapatero derrotó al PP fue, entre otras cosas, porque frente a la arrogancia y la soberbia convenció a los españoles de que él tenía «otro talante», y que si se convertía en presidente escucharía a todos, incluidos sus adversarios. Luego no lo hizo, incumplió como en tantos otros compromisos, pero sin duda la venta del «talante» le ayudó a ganar las elecciones.

Dirán ustedes a qué viene esta reflexión y la explicación es la siguiente: muchos ministros del Gobierno de Mariano Rajoy están haciendo gala de una arrogancia y de una intolerancia que pone los pelos de punta. Y, además, por si fuera poco, algunos se permiten el lujo de hablar a los ciudadanos con un tono que parece que están regañando y, claro, ya somos mayorcitos.

Por ejemplo, el ministro Ruíz Gallardón ha logrado algo insólito que es poner de acuerdo a todas las asociaciones de jueces, fiscales, abogados, secretarios judiciales, etc. Todos están en contra de sus reformas, pero el ministro ha decidido que la razón le asiste solo a él y que no va a mover ni una coma de su proyecto de reforma de la Justicia. Es más, el ministro no juega limpio cuando intenta convencer a la opinión pública de que los jueces están enfadados con él porque les va a quitar la paga extraordinaria como al resto de los funcionarios. El ministro sabe que esa no es la razón de que todos los sectores de la Justicia estén en pie de guerra, que la verdadera razón es que su reforma de la Justicia es cuanto menos controvertida y debería de ser «negociada». Gallardón es muy listo, pero esta vez, me parece a mí, que se está pasando de listo. Por lo pronto va a tener que lidiar con un informe del Consejo General del Poder Judicial, cuya ponente ha sido Margarita Robles, en que se aprecian elementos de inconstitucionalidad en la reforma del ministro.

Otro ejemplo es el del ministro Montoro. El titular de Hacienda, que hasta ahora parecía tener mano izquierda para capear los temporales, se ha descolgado con una amenaza a los medios de comunicación que le critican: les reprocha que a lo mejor no están a bien con Hacienda y que lo que tienen que hacer es pagar y dejarse de críticas. Y después de decir lo que ha dicho se ha quedado tan tranquilo.

Naturalmente que las empresas periodísticas, como el resto de las empresas, tienen que cumplir con Hacienda ¡faltaría más!, pero esa amenaza velada contra quienes le critican no es de recibo en una sociedad libre y democrática.

Fatima Báñez también tiene fama de «fulminar» a sus críticos, y sino que pregunten a algunos colegas, pero es que, además, la ministra se pone faltona cada vez que defiende su gestión, que en opinión de muchos es lisa y llanamente un desastre, a las cifras del paro me remito.

Por no hablar del ministro Wert. Ya he escrito en otras ocasiones que el titular de Educación es un político con la cabeza bien amueblada al que le pierden las formas, la manera desafiante con que se planta ante la oposición. Wert ha conseguido unir en su contra a los rectores de todas las universidades y a la mayoría de asociaciones profesionales, amén de a padres y alumnos, contra sus reformas.

En fin, estos y otros ministros deberían hacérselo mirar, lo mismo que otros dirigentes populares como el consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Fernández Lasquetty, que hace gala de una intolerancia que no tiene parangón. El señor Fernández Lasquetty ha decidido acabar con la sanidad pública madrileña y poco le importa que médicos, enfermeras y personal sanitario le pidan que se siente a negociar un nuevo plan. El lo tiene claro, se cree en posesión de la razón absoluta.

También hay ministros, claro, que tienen un perfil conciliador, que son capaces de escuchar a los demás, de sentarse a buscar soluciones, que no se muestran ni soberbios ni arrogantes. Por ejemplo, Ana Pastor, De Guindos o García Margallo, o Soria, o Fernández Díaz, pero su «buen talante» queda diluido en el «mal talante» de sus otros compañeros de filas.

El Gobierno tiene que gobernar, sí, pero también escuchar, y el problema de éste gobierno es que algunos de sus miembros hacen un alarde de arrogancia tal que están logrando enervar a la opinión pública.

El presidente debería de rebajar los humos a los suyos. Un poco más de humildad, de atender las razones de los otros, no les vendría mal. Es una cuestión de talante, y si me apuran de talento.

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