Rosa Villacastín – El Abanico – El dulce paréntesis de la Navidad.


MADRID, 13 (OTR/PRESS)

Frente a la indiferencia y la sangre fría de esos políticos que recortan servicios públicos sin pensar en el sufrimiento que causan medidas tan inhumanas están quienes luchan por dulcificar el dolor, las necesidades de tantas familias como están sufriendo los rigores de una crisis que no parece tener fin, y que hace más vulnerables si cabe a los mayores, a los niños, a los que pierden sus casas, a los enfermos, a los inmigrantes sin papeles, a los que están en paro sin visos de incorporarse al mercado laboral, o a los que pondrán muy pronto en la calle, resultado de gestores ineptos que han jugado con el futuro y el pan de tanta gente.

Y es que nunca como en estos días había visto tanta solidaridad de la buena, de la que pasa inadvertida a los ojos de la prensa, que se hace a pequeña escala, pero que viene a rellenar esos huecos que no pueden subsanar las fundaciones, las asociaciones o los bancos de alimentos. Hay que agradecer que la sociedad civil se haya puesto en marcha para paliar en lo posible el dolor que causan los que solo piensan en la prima de riesgo, o en el déficit público, y que tan buenos resultados están dando.

Conozco gente que además de su compra mensual hacen otra para que puedan comer los hijos y el marido de esa empleada de hogar que limpia su casa y cuida de que sus hijos tengan la merienda preparada cuando llegan del colegio, o los de esa cuidadora, gracias a la cual, nuestros padres mayores y dependientes pueden tener una mejor calidad de vida.

En una reciente entrevista que mantuve con José Andrés, cocinero de gran prestigio en España y América, me hablaba de la iniciativa que desarrollan empresas como Cascajares, que parte de sus ganancias las dedica a gestionar becas para jóvenes con discapacidad intelectual. Información que sumada al trabajo que lleva a cabo el Padre Garralda, con aquellos niños que viven en la misma prisión que sus padres, y mientras estos cumplen condena, demuestra que no todos miran para otra parte cuando se topan con la desgracia. Tampoco los ricos, a quien no les gusta publicitar su labor solidaria, pero que están ahí, como es el caso de Alicia Koplowitz, que ayuda a que los niños con dificultades puedan tener una educación y una vivienda digna, o la de la Fundación Aladina, que preside Paco Arango jr, un empresario que vive entregado a paliar los efectos del cáncer infantil y a quien se le puede ver ayudándoles en el Hospital del Niño Jesús de Madrid.

Es tiempo de solidaridad, de que cada uno aporte su granito de arena para que ningún niño, ningún mayor, ninguna familia, se quede sin comer en unos días que debían ser de alegría pero también de ayuda a los más necesitados.

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