Fernando Jáuregui – Siete días trepidantes – Y…¿qué nos dirá el Rey?.


MADRID, 15 (OTR/PRESS)

Entre los muchos acontecimientos de una semana trepidante, en la que, la verdad, ha habido de todo, selecciono una noticia, la de que La Zarzuela afirma que, según sus encuestas internas, el Rey ha recuperado la popularidad perdida tras la cacería de Botsuana, y destaco una imagen de futuro, la de dos niñas, las hijas de los Príncipes de Asturias, que centran la felicitación real de esta Navidad. Traigo esto ahora a colación porque pienso que, en estos tiempos de tribulación, resulta esencial una Jefatura del Estado fortalecida, capaz de significar la unidad de los españoles y la concordia del territorio, precisamente cuando más amenazadas están las citadas concordia y unidad.

Me pregunto qué nos dirá el Rey en su mensaje navideño del próximo día 24. Desconozco, claro, el contenido de ese mensaje, pero, por lo que se va diciendo en algunos círculos que presumen de estar bien informados, tiendo a pensar que Don Juan Carlos no dejará pasar esta oportunidad de seguir afianzándose…y de afianzar un poco más a quien representa el porvenir de la Corona, el príncipe Don Felipe. Si el Rey, de acuerdo con esas encuestas, más rumoreadas que mostradas, ha recuperado su popularidad de antaño, previa a algún dislate cinegético, es, primero, porque ha hecho las cosas muy bien desde el momento en el que pidió públicamente perdón y aseguró que algo semejante no volvería a suceder; y, segundo, porque me parece que los españoles, se sientan monárquicos o no, precisan de algún asidero sólido, estable, frente a la debilidad de la llamada clase política, frente a la de las instituciones, y frente a peligros para la estabilidad de la patria, comenzando, desde luego, por el que supone la alianza de Artur Mas con una fuerza extrasistema como Esquerra Republicana de Catalunya.

Me reconozco monárquico más que juancarlista. Pienso que la Monarquía, bien entendida, crítica con lo que sobra del pasado, abrazando las reformas en profundidad que se hacen cada día más necesarias, incluyendo la de algunos aspectos de la Constitución, puede y debe ser percibida como un bálsamo frente a algunos desvaríos ministeriales -¿a quién se le ocurre, Dios santo, decir que la acción del Gobierno a veces «causa dolor» a los ciudadanos?-, frente a la aparente inactividad del Ejecutivo en cuestiones clave, frente a la debilidad de las oposiciones. Y, por supuesto, frente a los riesgos de fracturas territoriales, unos riesgos que hoy aparecen, en el caso catalán, mayores que nunca, aunque no ocurra lo mismo, afortunadamente, en el País Vasco, donde Urkullu está, hasta el momento, dando muestras de prudencia y serenidad en medio de las muchas tormentas que nos azotan.

Pero, claro, la Monarquía ha de ser bien entendida. Pasó la era de aquellas felicitaciones navideñas trucadas con photoshop, porque se nos transmitía una realidad que no era real, y perdón por el pésimo juego de palabras. Ahora cada cual está en su sitio: se nos envía, como felicitación, una fotografía del porvenir por parte de los Príncipes y un grabado clásico por parte de los Reyes -que cada cual interprete como quiera esta ausencia de personajes-. Y me parece que los españoles perciben que lo que se cuenta acerca de lo que pasa en La Zarzuela es, simplemente, la verdad. Ya no caben errores, ni pretender que con más de lo mismo se construye el futuro. Eso no puede ser, desde luego, así, y creo que acaso la penúltima responsabilidad del Rey doliente es señalarlo públicamente. Así lo espero, yo al menos, de él, a quien tanto respeté y respeto.

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