MADRID, 17 (OTR/PRESS)
El nombre de Arantxa Sánchez Vicario lo conocen la inmensa mayoría de los españoles. El nombre de José Luis Escañuela bastantes menos. Es muy conocido en el mundo oficial del tenis, porque es el Presidente de la Federación, y, desde luego, muy conocido en su casa. Los tenistas de Madrid lo conocen bastante, y puede que por ello la Federación de Tenis Madrileña le haya declarado, persona «non grata», lo que conlleva que tiene prohibida la entrada en los clubs de Madrid donde se juega al tenis. Por si fuera poco, las tenistas del equipo que representa a España en los torneos internacionales han roto relaciones con él a nivel profesional y personal, y la capitana, Arantxa Sánchez Vicario, la tenista más brillante de nuestra temprana historia, ha decidido desligarse del contrato que la ataba a la Federación.
Pudiera ser que las tenistas, y Arantxa, y los cientos de tenistas que conocen y tratan al señor Escañuela estén equivocados, pero, así, al pronto, este señor debería presentar la dimisión, mejor hoy que mañana, a no ser que sea preciso acudir a la ayuda de los bomberos y del agua caliente para despegar su trasero del sillón.
En el deporte hay unos cuantos que se entrenan, se sacrifican, sufren, pierden o ganan torneos, y otros pocos que llevan a cabo mucho ejercicio de subir y bajar de los aviones, y sentarse y levantarse de las sillas de los restaurantes, todo ello con cargo al presupuesto. Si entre la disputa entre el torero y el apoderado o el empresario siempre me pongo del lado del que se juega la vida, en estos casos está claro que sin las deportistas que no quieren hablarle, y sin Arantxa, no habría presupuesto para el señor Escañuela, ni gastos de representación, ni tendría razón de existir la Federación y su organización burocrática, que debería estar al servicio de los deportistas, aunque haya mucho Escañuela que piense que es al revés.
