MADRID, 28 (OTR/PRESS)
Hay veces en que uno, por su ingenuidad, cree que podría hacer algo en esos largos conflictos que se vienen sucediendo en nuestro país. No entiendo, por ejemplo, la defensa a ultranza de la sanidad publica pero tampoco le necesidad que de la noche a la mañana todo se privatice aprisa y corriendo así, sin más, cuando esa sanidad la han pagado nuestros padres y la hemos consolidado nosotros. A la fuerza tiene que haber cosas en las que tengan razón los sanitarios -médicos y no médicos- de la misma forma que se impone la necesidad de una gestión mucho mejor y hasta externalizar algunas cosas.
Y lo mismo pasa con Iberia. Por mucho que se haya privatizado, Iberia es un patrimonio de todos y pese muchos cabreos que puntualmente haya podido tener con esta línea aérea (también los he tenido con otras muchas), lo cierto es que volar con Iberia era, y sigue siendo, volar con alguien de casa, con alguien «nuestro». Es posible que el SEPLA no haya hecho las cosas bien y haya tensado la cuerda demasiado en demasiados momentos, pero de ahí a considerar a los pilotos como seres intrínsecamente malos, hay un mundo. Es cierto que la única huelga que pillé de auxiliares de vuelo, me dio casi pena porque en lugar de servir la comida, te daban una bolsa de plástico con todo dentro. No sirvió de mucho. Es cierto -y volvemos a los pilotos y en general al personal de la compañía- que los sueldos son en muchos casos, altos; pero de todo eso habrá que pedir cuentas a quienes lo consintieron: los gobiernos, antes de la privatización y los accionistas después. Fueron ellos los que pactaron esos salarios y sería la primera vez en el mundo que un colectivo de trabajadores dijera a la patronal que no, que quieren ganar menos. También es cierto que el SEPLA, como los controladores, tienen un poder grande de presión porque no es fácil sustituirle de la noche a la mañana. Pero un convenio o unos salarios lo firman las dos partes. Así que cada uno asuma su responsabilidad.
Todo es cierto, pero más cierto aun es que la gestión de Iberia ha sido un desastre en general -un desastre además anunciado por sus trabajadores en muchas ocasiones- y que nadie ha querido o se ha atrevido a atajar en su momento; hemos pasado de mantener vuelos ruinosos por misteriosos motivos políticos ha renunciar a otros que eran casi patrimonio histórico de Iberia desde hace muchísimos años y que no se entiende que ahora estén a punto de abandonar para convertir la compañía en no se sabe qué.
Lo que no se puede entender es que una empresa que hace dos años tenia unos beneficios, esté ahora prácticamente en banca rota. Y de eso no se puede culpar al personal de Iberia -que es lo fácil- sino a los gestores que la han llevado aun situación así después de una fusión que muchos creíamos que iba a salvar más a British que a Iberia. Los que tienen que rendir cuentas son estos directivos a sus accionistas y a todo el país. Lo que no se entiende son las cifras aun admitiendo la fluctuación del los precios del carburante; esto es lo que ha pasado en Iberia en los últimos años: en 2010, la aerolínea obtuvo 89 millones de euros de beneficio frente a las pérdidas netas de 273 millones de euros de 2009, los 32 de 2008 y los 327 de 2007; pero en 2006 hubo beneficios de 56,7 millones de euros y también en 2005, de 395. ¿Por qué de los beneficios se entra en pérdidas y por qué en 2010 se vuelve a los beneficios?
Según el abogado del SEPLA, Ignacio Gordillo, el colectivo de pilotos de Iberia estaría dispuesto a bajarse el sueldo un 51 por ciento con tal de salvar la compañía. No tengo ninguna razón para dudar de Gordillo y si esto es así -imagino que habrá condiciones, claro- no entiendo por qué la negociación es imposible. Lo que está claro es que quienes mandan en Iberia parece que han tirado la toalla en favor de British -y ellos sabrán por qué- y todos nos metemos en una espiral de huelgas sin ni siquiera hacer caso a los mediadores impuestos por el Gobierno. La vieja Iberia, fundada en 1927, una de las mas antiguas del mundo, va a desaparecer y todos vamos a perder algo muy nuestro. Aun estamos a tiempo.