Rafael Torres – Al margen – Infeliz año nuevo.


MADRID, 28 (OTR/PRESS)

No se trata de un deseo, claro, sino de la previsible consecuencia lógica por haber sembrado los campos de sal durante éste 2012 para el olvido. Un año nuevo infeliz, poco nuevo por tanto, es el que aguarda a una buena parte de la población, a la parte más buena como si dijéramos, pus ni roba, ni estafa, ni parasita a sus compatriotas, ni juega a «Apalabrados» en la Asamblea de Madrid mientras se consuma el brutal atentado contra la Sanidad Pública, ni defrauda a Hacienda, ni evade capitales, ni expulsa a la gente de sus casas, ni deja en manos de empresarios sin escrúpulos los recintos municipales, ni le roba sus ahorros y sus patrimonios a los trabajadores mayores, ni deja a tantos otros sin empleo, ni hace de la Justicia un coto privado para pudientes.

Infeliz Año Nuevo. No se trata, claro, de un deseo, sino de la consecuencia natural de ser dirigidos en circunstancias tan difíciles por un político al que el prestigioso «Financial Times» describía hace poco como oportunista, carente de sentido de Estado y fanático de la gobernación por decreto. Si se estableciera una nota media de los españoles tomando en consideración toda suerte de circunstancias (calidad, formación, cultura, empatía, recursos intelectuales, vigor, afectividad, coraje…), Mariano Rajoy quedaría, pues su conducta y sus obras así lo determinan, muy por debajo de esa media. Y como él, la mayor parte de su Gobierno, y una gran parte de quienes, habiendo recibido de los electores el encargo de su representación pública, vivaquean en las Cámaras centrales y autonómicas sin beneficio alguno para la comunidad, aunque sí para su mezquino interés de vivir refugiados de la intemperie en los cálidos salones del Estado. Si nos hacen desgraciados, si nos arruinan, si unos por «h» y otros por «b» nos desamparan y nos dejan a la deriva, en manos de los piratas de la usura internacional, parece incontestable que, como aseguran los del 15-M, no nos representan.

A nadie se le ocurrirá éstos días, empleando la fórmula tradicional, desear un «Prospero Año Nuevo». Parecería un chiste, un chiste malo, sin gracia ninguna. Más allá de a supervivencia y de la rebeldía, no parece sensato desear otra cosa a nadie. Uno se abraza, en medio de ésta tempestad, a Rosalía: «Cando unha peste arrebata/ homes tras homes, non hai máis/ que enterrar depresa os mortos,/ baixala frente, e esperar/ que pasen as correntes apestadas…/ ¡Que pasen…, que outras virán!»

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