MADRID, 4 (OTR/PRESS)
Puede ser que, a partir de ahora, cada cumpleaños del Rey se convierta en un acontecimiento, en objeto de rumores y chácharas: ¿cómo se encuentra de verdad el jefe del Estado? ¿Aguantará bien, a sus 75 años, las tremendas responsabilidades -cada día más tremendas- que sobre él recaen? No me parece bueno este clima, aunque lo entiendo. ¿Cómo no estar especialmente atentos a la evolución de una figura que, como Don Juan Carlos, representa y está llamado a seguir representando un papel clave como aglutinante territorial, legal, político y hasta social?
No sé cuánto gobierna el Rey que reina, suponiendo que gobierne algo, lo que es ajeno a lo tasado en la Constitución. Sí sé que sus mensajes, como el de la pasada Nochebuena reclamando una Política con mayúsculas -mensaje me parece que poco o nada entendido por los destinatarios–, son imprescindibles como aldabonazo cuando las cosas no van bien. Y, ciertamente, y pese a las buenas noticias coyunturales -de las que, faltaría más, soy el primero en alegrarme–, las cosas no van bien.
Siempre me he declarado monárquico más que juancarlista, aunque jamás he renunciado a la crítica a la primera Institución española cuando lo ha merecido, y claro que lo ha merecido. Ahora, me parece que la representatividad del jefe del Estado habrá de incrementarse, en lugar de relajarse, y conste que mi opinión sobre el Príncipe sucesor es inmejorable: creo que Juan Carlos de Borbón no debe limitarse a advertir sobre la conveniencia, o urgencia, de un gran pacto político y de proceder a cambios en la manera de gobernar y de ejercer la oposición, sino que debería estar mucho más presente en acontecimientos y hasta conflictos. No pueden ni el jefe del Estado ni el heredero de la Corona estar físicamente ausentes durante largas temporadas de las comunidades autónomas, por mucha conflictividad que en ellas se detecte -sí, pienso especialmente en Cataluña, aunque no solamente– , o precisamente por eso. Ni pueden limitar sus funciones a poco más que actitudes protocolarias o de rígida representación institucional en el extranjero.
Independientemente del juicio que algunas de sus actitudes haya podido merecer, me parece indudable que el jefe del Estado merece, y nos merecemos, una identidad mucho mayor con los españoles. Voces creo que no muy atinadas pregonan estos días una cierta pérdida de popularidad de la Monarquía, según dicen algunas encuestas y pese a lo atinado de la mayor parte de las decisiones de quienes tienen altas responsabilidades en La Zarzuela . Creo que, por el contrario, hay que insistir en que el prestigio de la institución y de quienes la encarnan es aún muy superior a la de la mayoría de otros colectivos y organizaciones, una lista en la que los políticos, quizá algo injustamente, ocupan el lugar menos prestigioso. Por mi parte, y desde mi humilde rincón de mero ciudadano, felicidades, Majestad; le necesitamos.