Luis Del Val – Cortijos de norte a sur.


MADRID, 07 (OTR/PRESS)

El cuajo del nepotista Baltar, colocando a más de un ciento de parientes de amigos y conmilitones, firmando de su puño y letra, y pasándose las normas de la Administración Pública por el arco formado bajo sus piernas ligeramente abiertas sobre la diputación provincial gallega, dan ideal del sentido de la impunidad del dirigente del PP, semejante a la desvergüenza de los socialistas andaluces, manejando cientos de millones de euros en uno de los casos más pútridos, repugnantes y escandalosos de la política española, y al que podríamos sumar la lentitud de la Justicia en el caso Pallerols, que afecta a Unió Democrática de Cataluña, y que va a contemplarse dieciséis años después de que se produjeran los hechos.

Pero en vez de hablarles de los sinvergüenzas que asolan España les voy a hablar de Alberto, un ciudadano que no ha cumplido los 35 años. Tiene dos hijas y trabaja de camarero. A veces, si el día de fiesta coincide con un sábado o con un domingo, no lo emplea en estar con sus hijas, sino que se contrata para una boda o para alguna fiesta particular, porque a su mujer le han echado del trabajo, y tiene que pagar la hipoteca del pequeño piso que adquirieron hace siete años. Alberto es un tipo honrado que trabaja de diez a doce horas diarias, incluidos los fines de semana y fiestas de guardar. Alberto no tiene nada que ver con los cortijeros que nos estafan y derrochan nuestros costosos impuestos en beneficio propio o de los parientes y amigos. En Galicia, los Baltar; en Cataluña, los Pallerols o algunos de los cuarenta Pujols, todos listísimos para hacerse millonarios con cargo a su privilegiada inteligencia y méritos de inventores. Y abajo, en Andalucía, el otro gran cortijo de los ERE, donde pringan sindicatos, empresarios, políticos y, como es tanto dinero, hasta un señor que pasaba por allí.

Pero Alberto empieza a estar cabreado. Todos los estallidos comienzan con un cabreo aislado. Y estos sinvergüenzas atrincherados en la política azuzan a que un día el estallido les destruya incluso a ellos.

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