MADRID, 8 (OTR/PRESS)
Comprendo que a algunos, en parte a mí mismo, les resulte difícil comprender que se inaugure, con gran coste, un AVE hasta la frontera de Francia; un tren que al resto de los españoles nos aproxima más a una tierra que, oficialmente, quiere desvincularse de nosotros. Pero así ha sido, en esta España llena de paradojas, contradicciones profundas y actitudes que rayan con el surrealismo, la inauguración del tramo ferroviario Madrid-Figueras, en plena tensión separatista, con el Príncipe de Asturias, Mariano Rajoy, Artur Mas y la ministra de Fomento mirándose, muy serios todos, desde asientos enfrentados. Menudo fotón. Y menudo follón.
Hay quien ha querido ver en este trayecto de cincuenta y tres minutos un asomo de «cumbre» política entre el presidente de la Generalitat y el presidente del Gobierno central, con don Felipe de Borbón y Ana Pastor de más o menos incómodos testigos. Puede que no sepamos nunca el tenor, más o menos literal, de lo hablado en esa menos de media hora, mientras el resto de España se acercaba, a trescientos kilómetros por hora, a un trozo de la tierra patria que, oficialmente -otra cosa sería la realidad, que tantas veces discrepa de lo oficial- lo que quiere es alejarse.
Asumo, por tanto, que los españoles de a pie, por muy buenas fuentes que tengamos, no conoceremos la realidad-real de lo hablado en esta «cumbre de la Renfe». Pero la verdad es que son muchas las cosas que ambas partes, aparte del tema del fútbol, que es lo que nos dicen que trataron, tienen que hablar. Qué sería de las relaciones humanas si el fútbol no existiese, si Messi no hubiese recibido el balón de oro y si el astro argentino del Barça no hubiese portado esa tremenda chaqueta de gala que ha acaparado tantos comentarios.
Lo malo es que limitándonos a tratar sobre el fútbol, sobre lo que engordan las fiestas navideñas y sobre el clima invernal no vamos, en el no-diálogo entre la Generalitat de Cataluña y el resto de los españoles, a ninguna parte. Ya sabemos que Rajoy es hombre de pocas palabras, y que Artur Mas, que es más locuaz, dice algunas tonterías en mitad de su parlamento. La última jacaranda ha sido pretender que premien como mejor película en catalán un filme que es mudo. Y así vamos…
Bien, puestos a confiar, confiemos en que este preludio futbolístico-gastronómico sea seguido por algo más enjundioso, porque, en efecto, hay que hablar, aunque sea en la quietud del Palacio de La Moncloa, que últimamente no es que corra mucho hacia parte alguna, la verdad. Forzoso es llegar a un pacto entre dos interlocutores que han venido, desde el pasado mes de septiembre, dándose portazos en las narices. Y ya lo creo que el pacto es posible: la propia representante del PP en Cataluña, Alicia Sánchez Camacho, ha pedido un semestre negociador, lo que, dicho sea de paso, parece haber sentado mal en las inmóviles estructuras «populares» en Madrid. Pero sí, pienso -y me parece que no soy el único- que hay que hablar de esa consulta que quiere organizar Mas y que debería, «in extremis», organizar el Estado; y de ese pacto fiscal, que sin duda puede reconvertirse en algo más modesto; y de tantas otras cosas, susceptibles de volver el agua, aunque sea embravecida, a sus cauces racionales.
En fin, al menos, a Artur Mas y a Rajoy les gusta el fútbol. Pero las discrepancias empiezan, según nos cuentan quienes ha prestado atento oído a la menor filtración de la conversa, en que uno piensa que la televisión engorda muchísimo, y el otro, no. Así, ya digo, este tren, por lo demás un gran avance que hay que celebrar, no nos lleva a parte alguna.