MADRID, 13 (OTR/PRESS)
Juan José Güemes Barrios es un hombre afortunado. Su paso por la política no solo le sirvió para labrarse un magnífico currículum como experto en temas sanitarios, sino que le permitió cosechar en abundancia algo que resulta de lo más provechoso en estos tiempos que corren: amigos.
Fue secretario de Estado con José María Aznar, bajo el ministerio de Rodrigo Rato (otro que también ha sabido hacer amigos), y desde 2007 consejero de sanidad de Esperanza Aguirre, cargo en el que se aplicó, sobre todo, en el proceso de privatización de la sanidad pública. Fue el precursor, en definitiva, del modelo en que hoy está empeñado Ignacio González, actual presidente de la Comunidad madrileña.
Güemes se caracterizó, entre otras cosas, por sus frases lapidarias, muy definitorias de su sesgo intelectual e ideológico. Afirmó, por ejemplo, que «los gais son homosexuales con estudios que, haciendo uso de sus conocimientos, consiguen prebendas políticas y subvenciones del erario público». Definió el aborto como «el derecho que le otorgan los sociolistos a las mujeres para asesinar a un ser vivo a cambio de votos».
Pero de todas sus lindezas la que más a cuento viene hoy, y que pronunció ante un nutrido grupo de empresarios de la sanidad y de la construcción, en unas jornadas bajo el lema «Aproveche las oportunidades de negocio para su empresa», es, sin duda la frase que habría de marcar su inequívoco camino: «El dinero sigue al paciente».
Pues bien, tras siete años en la Comunidad de Madrid, llegando a ser el ojito derecho de la lideresa Aguirre, sorprende a propios y extraños abandonando la cosa pública, «con el corazón partido», para seguir una vocación que hasta el momento le habían negado las circunstancias: la enseñanza. Una vocación sui generis que le lleva a fichar por el Instituto de Empresa como presidente del Centro Internacional de Gestión Emprendedora; gestión tan emprendedora y fructífera que termina por llevarle hasta el consejo de administración de Unilabs, una de las empresas beneficiarias, a través de una compra, de la adjudicación de la gestión del servicio de análisis clínicos en seis hospitales públicos madrileños y sus residencias de ancianos y centros de salud.
O sea, un negocio multimillonario que comenzó a pergeñarse cuando él mismo era máximo responsable de la sanidad madrileña. Nada ilegal, por cierto, pero muy poco estético. Y sobre todo de muy difícil digestión para una ciudadanía que ve como, día a día, se deterioran sus servicios. El señor Güemes es un hombre afortunado, como su suegro Fabra, el de la lotería. Pero así son las cosas en este país y así hay que aceptarlas. Y a los que no les guste, pues «que se jodan» que diría su esposa Andrea.