Fernando Jáuregui – Una hora terrible.


MADRID, 18 (OTR/PRESS)

Fue, más o menos, entre ocho y media y nueve y media de la mañana de este viernes 18 de enero. Una hora terrible, que hizo temblar la sede del partido que sustenta al Gobierno, en la madrileña calle Génova. Todas las emisoras de radio, todas las tertulias periodísticas de la televisión, machacaban sin piedad en el yunque del Partido Popular. Esa misma mañana, el diario «El Mundo» había publicado a toda página en su portada algo que ya estaba en el ambiente desde hacía tiempo: «Bárcenas pagó sobresueldos en negro durante años a parte de la cúpula del PP». Es decir, que el exgerente y extesorero durante muchos años del PP habría estado «beneficiando» a altos cargos del partido hoy gobernante -y gobernante desde 1996 hasta 2004- con entre cinco mil y quince mil euros mensuales. Mi compañero Federico Quevedo lo había dicho la tarde anterior en el confidencial de la COPE: Bárcenas no actuaba en solitario; era el cabecilla de una trama.

Los comentaristas de todas las radios, de todas las televisiones, se mostraban implacables, en esa hora tremenda, con los desdichados responsables del PP, como la secretaria general, María Dolores de Cospedal, a los que no les había quedado otro remedio que comparecer, en esos sesenta minutos de pesadilla para ellos, ante los micrófonos. Para echar balones fuera, para subrayar que «en mi época no ha pasado nada de eso» y para reiterar que ellos, de lo publicado, no sabían nada. Puede que no. Puede que tampoco Mariano Rajoy, a quien hay que reconocer que, a su llegada a la cúpula «popular», empezó a «recortar» las aún presuntas corruptelas, se hubiese enterado de nada en sus primeros años al frente del PP. Tengo a Rajoy por persona honorable e incapaz de quedarse con un euro que no le corresponda; también creo, ya digo, que fue él quien empezó a acabar con las irregularidades que, como todo el mundo sabía y algunos habían denunciado, se producían en la financiación del partido y en los bolsillos particulares de los «financiadores». Pero también creo que Rajoy llegó a la cúspide de un partido en el que se habían cometido no pocas irregularidades. No era fácil cortarlas de raíz, lo entiendo, y sin embargo…

Y, sin embargo, Rajoy, y el PP, como antes el PSOE -no podemos olvidar que el «reinado absoluto» de Felipe González concluyó en medio de enormes escándalos de corrupción y tras haber dimitido una parte de su Gobierno-, no acaban de explicar las cosas con la suficiente claridad como para que la ciudadanía recobre la confianza en sus representantes, a los que considera el segundo problema de la nación.

Que en pocos días hayan coincidido el resurgir del «caso Bárcenas» y los presuntos escándalos en torno a la familia de Jordi Pujol, sin hablar ya del «caso Urdangarin» -perdonen que personalice-, es muy poco tranquilizador. Máxime cuando aún perviven los ecos de un «caso Gürtel» que aún no se encuentra en su apogeo en los tribunales y la indignación por el «apaño fiscal» -tras veinte años de demoras en los tribunales- en el «caso Pallerols», que afecta a uno de los partidos gobernantes en Cataluña, Unió Democrática.

Y, así, tras esta hora terrible en los medios audiovisuales, en las redes sociales, en los medios de Internet, hay que pedir esas explicaciones, que no disculpas ni dilaciones. No vale ya con decir que nada se sabía de esos presuntos pagos en dinero «negro» que, en el fondo, procede de los ciudadanos. No basta con asegurar -y yo lo creo- que la realidad actual es muy otra y que los controles son ahora efectivos. Nada de eso basta ya. Esa hora terrible en la mañana del viernes, que será seguida de otras muchas parecidas si no se frena la riada, exige comparecencias al máximo nivel. Es lo que se verían forzados a hacer -en todas partes cuecen habas- los gobernantes de cualquier país democrático del mundo.

Solamente la verdad, toda la verdad, y la demostración de un firme propósito de la enmienda plasmado en medidas de control y participación de los electores en la marcha de los partidos, podrán acabar con esta avalancha que puede provocar, va a provocar, daños irreversibles que a nadie convienen: ni a la llamada clase política -porque no solamente al Gobierno actual de la nación le afectan las salpicaduras-, ni a la gobernación del Estado. Ni al sistema, en general. Ha sido, lo confieso, también una hora terrible para quien suscribe, consciente de que muchas cosas se están derrumbando sin que nadie acierte a consolidar el edificio. Seguro que usted, amable lector, también habrá experimentado, como yo, una hora de vergüenza ajena y que casi deseaba que llegase el momento radiofónico de las informaciones más frívolas; qué se yo, recetas de cocina, comentarios sobre los premios Goya… Lo que ocurre es que olvidar, distraerse con otras cosas, es ya imposible. Ha llegado, insisto, el momento de las explicaciones.

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