MADRID, 29 (OTR/PRESS)
Hoy cumple cuarenta y cinco años el príncipe heredero de España, Felipe de Borbón, y todavía no ha encontrado su primer empleo, que será el único en su vida. La empresa en la que quiere y va a trabajar se llama «Corona de España». No es una sociedad anónima ni una multinacional. Es una empresa familiar a cuya cúpula solo pueden acceder los primogénitos de esa familia.
La ocupación única del Príncipe Felipe es esperar la muerte o abdicación de su padre. Como en todas las empresas familiares, el fundador -aunque en este caso haya rastros históricos de precursores- no quiere ceder el mando del negocio. Mientras tanto el príncipe es un eterno estudiante de sus responsabilidades futuras, de las cuales dos son las más importantes: no meter la pata en ninguna cuestión que le estropee su futuro y regatear las trampas y aventuras de los miembros de su familia que puedan contaminar sus aspiraciones. Ha tenido la mala suerte, el Príncipe Felipe, de que la víspera de su cumpleaños se le haya ocurrido a la Reina de Holanda, que tiene la misma edad que el Rey de España, abdicar a favor de su hijo. Un mal ejemplo para nuestra Monarquía que se ha apresurado a indicar que España es diferente de Holanda también en los tempos históricos de sus monarquías.
Avanzan los cargos contra el Duque de Palma y cada vez se acercan más a la imputación de la Infanta Cristina, hermana de Felipe e hija igualmente del Rey Juan Carlos. Y la Monarquía no tiene el respaldo popular del que ha gozado en otros tiempos.
Siempre he pensado que la Corona, como institución pre democrática, no soporta muchos análisis de laboratorio. Que la sangre sea el único componente valido para acceder al trono dice mucho de una sociedad que, en el mejor de los casos, no se quiere complicar la vida dándole esencia democrática y temporal a la jefatura del estado. Al Rey no le puede echar de su puesto más que mediante una revolución -lo que ha ocurrido muchas veces en la historia- o un acceso de madurez democrática en un pueblo que utilice los vericuetos constitucionales para promover una república.
Europa tiene una partida notable de reyes y príncipes sin corona. Se hicieron viejos esperando volver al trono y solo encuentran trabajo en el tráfico de influencias y el amparo de parientes reinantes.
Al príncipe Felipe, si la cosa se alarga, no le va a quedar el recurso de muchos brillantes profesionales jóvenes españoles de emigrar a Alemania. Se puede quedar a medio camino con las mieles de la corona en la comisura de los labios. Como el Rey no tiene obligación constitucional de explicarse, desconocemos sus planes. De momento, con muletas, se aferra al sillón y al príncipe Felipe se le está pasando el arroz.