Fernando Jáuregui – «Abdicación», palabra que se está poniendo de moda.


MADRID, 22 (OTR/PRESS)

Ahora se habla mucho de la abdicación del Rey. La pide el líder de los socialistas catalanes, provocando oleadas de furia en el PSOE, que no quiere abrir precisamente ahora carpetas explosivas, y, por supuesto, provocando alarma en el Gobierno y en el Partido Popular, donde piensan que, para cambios, ya estamos teniendo bastantes. En algunos medios de comunicación también se ha abierto este melón, aprovechando acaso la exquisita discreción a este respecto que practican en La Zarzuela. Personalmente, me acuso de haber hablado y escrito muchas veces sobre esa «dimisión» real, que solamente a una persona compete: a Don Juan Carlos de Borbón. Ahora, viendo las últimas intervenciones, desde la sombra, del Monarca, me decanto porque, pese a todo, siga un tiempo más, aunque acaso solamente unos meses, llevando el timón.

Siempre creí, desde que le hice una primera entrevista hace un cuarto de siglo -acababa de cumplir él entonces veinte años-, que el Príncipe Felipe era lo que los españoles necesitaban como heredero de la Corona de España: quienes le conocen, que no son demasiados, aprecian en él muchas virtudes para el cargo. Pero acaso deba seguir esperando unos meses, cumpliendo un papel creciente en cuanto a representación, mientras su padre asegura la marcha «política» de la nave. No todos lo saben, pero el Rey sigue practicando lo que yo llamaría una eficaz diplomacia interna del teléfono: sin ir más lejos, antes del debate sobre el estado de la nación llamó a los dos principales protagonistas -Rajoy y Rubalcaba- y les pidió que no contribuyesen, en sus parlamentos, a aumentar la tensión que ya vive este país, sumido en corruptelas, escuchas ilegales, chantajes, silencios excesivos y demasía, por otro lado, de palabras altisonantes y bravuconadas. Y, de hecho, creo que en el debate, moderado aunque con picos de agresividad, se notó esa llamada real. Como fue perceptible también el «bálsamo de La Zarzuela» en la visita que allí realizó recientemente el mesiánico secesionista Artur Mas.

Me proclamo más monárquico que juancarlista, porque creo que, en un país con las características territoriales y partidistas del nuestro, una Monarquía moderna, alejada de cortesanos y de fastos absurdos, en la que el Rey se someta cada día al veredicto de los ciudadanos, es más conveniente que una República en la que la Jefatura del Estado pudiera tener un color político diferente a la jefatura del Ejecutivo, con lo que ello lleva comportando; no hay que provocar a las dos españas. Y cierto es que Juan Carlos I ha tenido más aciertos que deslices, aunque de todo haya habido; en todo caso, se ha ganado el respeto de la mayoría de los ciudadanos, aunque su popularidad, en estos momentos, cotice algo a la baja y su presencia en determinados territorios de la nación esté algo comprometida, más por la altanería mesiánica de algún dirigente político que por cualquier otra cosa.

Es patente que el Rey está física, que no intelectualmente, mermado, y su próxima operación, aunque no causa inquietud, le va a mantener apartado de cualquier actividad física excesiva; por ello, se ha pospuesto «sine die» su proyectado viaje a Marruecos. Es patente también que tanto la abdicación de la reina de Holanda como la dimisión de Benedicto XVI, para no hablar ya del «affaire Urdangarin», han sido argumentos utilizados por quienes piensan que el jefe del Estado español, a sus 75 años, tiene merecido el retiro y el descanso; una de las tareas de un Rey, afirma el cínico dicho, es la de pasar revista marcialmente a las tropas, cosa que Don Juan Carlos, que siempre ha cuidado su porte militar, ya no puede hacer. Ello fuerza a cambios de protocolo -como ocurrió en la pasada Pascua militar–, lo que, en el fondo, tampoco parece tan grave. Como no es grave que el Rey utilice, cuando no hay fotógrafos en la costa, una silla de ruedas; desde allí se puede dirigir el Estado, y hasta, en algún caso, la economía de Europa entera. O, si no, véase el caso de Wolfgang Schäuble, el infatigable y poderoso ministro alemán de Finanzas.

Lo importante es, me parece, que el Rey mantenga la voluntad de mantenerse en un puesto en el que se requiere ahora, más que nunca, de su sabiduría, veteranía y carisma. Creo que los españoles han perdonado, en general, alguna pasada trapisonda y que comprenden que el Monarca puede prestar servicios esenciales para el pacto y el acuerdo que, según las encuestas, una inmensa mayoría de ciudadanos desea. Las gentes cercanas al Rey, en la actualidad un equipo que considero independiente y competente, no parecen detectar ninguna tentación abandonista por parte de Don Juan Carlos, aunque su desgaste físico sea más que evidente, y acaban de desmentir que el Rey esté sopesando su abdicación. Y ya digo, el desgaste no lo es tanto como para no poder «repartir» durante un tiempo tareas con su hijo, que se incorporaría así, gradualmente, a la jefatura del Estado. Sería una solución sabia, como casi todas las salomónicas que huyen de las medidas tajantes e inflexibles.

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