Antonio Casado – La España italianizada.


MADRID, 27 (OTR/PRESS)

De la extravagante realidad política italiana nos interesa conocer la derivada española. El desasosiego es su primera manifestación en los actores de la actividad política y económica. Unos rezan para que se forme un Gobierno estable. Los otros para que se tranquilicen los mercados de la deuda. Ambos elementos son decisivos en la marcha de la economía española porque en realidad viene a ser lo mismo.

La angustia se traslada a toda la opinión pública a través de los medios de comunicación. Consiste en estar pendientes de un indicador tan viscoso como la llamada prima de riesgo: el recargo a pagar, en comparación con Alemania, por los préstamos que a España le hacen los mercados para financiar su deuda pública. A todos los españoles nos suena esa canción. Volvemos a oírla como en sus mejores tiempos, ahora que «los mercados» parecían habernos dejado más o menos tranquilos.

De la prima de riesgo, de nuevo al alza, ya hemos hecho cursillos de formación acelerada. Ahora además los estamos haciendo de la política italiana y sus índices de gobernabilidad. Sabemos que la fragmentación del Senado italiano (301 senadores) puede frenar las reformas de un probable Gobierno socialdemócrata y pro-europeo de Pier Luigi Bersani. En circunstancias normales nos debería importar tanto como el minuto y resultado de un partido de la liga angoleña. Sin embargo, nos consta que ha de influir inevitablemente en la suerte política y económica de España. Esa es la cuestión.

La proverbial tendencia a la inestabilidad de la política italiana no nos quitaría el sueño si no viviéramos en la teoría y la práctica de las fichas encadenadas del dominó. Tampoco nos consuela esa mentadísima capacidad de la sociedad italiana de funcionar sin Gobierno o, como dice mi amigo y colega Rodríguez Braun, a pesar del Gobierno. Lo malo es el efecto contagio sobre este zurrado país nuestro que ha vuelto a conocer el paro, la recesión, la pobreza, la desigualdad y, ay, el desalentado alejamiento de su clase política.

Por ahí duele. Ya no es solo estar pendiente de la prima de riesgo, por sus efectos en el coste de nuestra financiación, sino sentir el miedo fundamentado de que en Italia se esté anticipando lo que puede ocurrir en España. Pienso en la llegada de charlatanes, caudillos populistas o líderes extravagantes al ruedo político nacional. Los casos precedentes de Mario Conde, Ruiz Mateos, Jesús Gil, Rodríguez Menéndez, y algún otro, demostraron que la ciudadanía española era hostil a este tipo de aventureros. Ya no lo juraría cuando es lugar común que los dos grandes partidos, PP y el PSOE, se está desconectado a marchas forzadas del sentir de sus votantes y no pocos analistas juiciosos advierten sobre el riesgo de italianización, como resultado de la dramática desafección respecto a nuestra clase política.

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