Cayetano González – Gracias Benedicto XVI.


MADRID, 28 (OTR/PRESS)

El jueves 28 de febrero de 2013 será una fecha que podrá ser calificada, sin temor a que suene a tópico, de auténticamente histórica. Porque ese día a las 20 horas, un Papa dejó de serlo, no como consecuencia de su fallecimiento, sino por un acto personal plenamente voluntario y libre, lleno de una enorme generosidad y grandeza. Algo que no sucedía desde el año 1415 cuando el entonces Papa Gregorio XII renunció a la Cátedra de San Pedro, aunque por motivos muy diferentes a los que ahora han llevado a Benedicto XVI a hacer lo mismo.

Desde que el pasado día 11, el Papa anunciara su renuncia se ha hablado mucho y se ha escrito más sobre la misma. Por encima de todas las consideraciones que se han realizado, brillará siempre el hecho de que Benedicto XVI tomó esa decisión pensando única y exclusivamente en el bien de la Iglesia. Como él mismo ha explicado, no se encontraba con las fuerzas -físicas y espirituales- para seguir pilotando una nave tan importante, y optó por dar un paso, no hacia atrás, sino hacia un lado y dejar paso a otro Papa que, por razones de edad y de salud, se encuentre en mejores disposiciones para hacerse cargo de tan importante y vital tarea.

Es comprensible que en un mundo donde el apego al poder por parte de los gobernantes es la nota dominante y donde no suele dimitir nadie, una decisión como la de Benedicto XVI causara una enorme sorpresa. Pero es que no hace falta ser un experto en temas religiosos para saber que la Iglesia, por su misma naturaleza, no es una institución como cualquier otra. La Iglesia, fundada por Jesucristo, tiene una misión evangelizadora y apostólica, además de universal, que hace que quien es elegido para estar al frente de ella, lo haga para servir en el sentido más profundo y extenso del término. Solo en esa clave se puede entender el desapego al cargo, al poder en la peor acepción de este término, que tiene quien es Papa.

Benedicto XVI se va a punto de cumplir 86 años y lo hace no para llevar una vida más cómoda y tranquila, que en el día a día seguro que será así. Se retira a un Monasterio de clausura para dedicarse los años que le queden de vida a la oración, a la contemplación, a la lectura de tratados teológicos. Todo un ejemplo de un Papa que será recordado por esa decisión con muy pocos precedentes, pero también por haber sido el Papa que defendió con más ahínco el diálogo y la compatibilidad entre la fe y la razón. «La fe no se impone, se propone», les dijo a los obispos de Asia Central durante una audiencia en el 2008 en lo que podría ser, sin duda, un buen resumen de su Pontificado. Ahora, serán los cardenales los que reunidos en conclave tendrán la importante tarea de elegir a un nuevo Papa. Gracias, hasta siempre Benedicto XVI y que Dios le dé larga vida.

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