MADRID, 6 (OTR/PRESS)
Entiendo la apelación a desbordar nuestro contexto español y europeo si se trata de juzgar al fallecido Hugo Chavez. Solo hasta cierto punto. Es imposible ignorar las coordenadas con las que uno forma criterio. Son el pespunte de nuestra propia memoria cultural, política y social. Huelga recordar que derivan de una común y pacífica aspiración al bienestar ciudadano a la luz de valores como la libertad, la justicia, la seguridad, el pluralismo, el imperio de la ley y el respeto a la voluntad popular como fuente de todos los poderes.
La situación de la Venezuela de Chavez, la que deja a su muerte, no encaja ni de lejos en esa plantilla. Después de sus catorce años de poder no han desaparecido los grandes males que aquejan al pueblo venezolano ni ha mejorado la posición del país en el cuadro de relaciones internacionales. En cuanto a la política exterior, nos hacemos una idea al echar un vistazo a su absurda alianza con el eje Iran-Siria-Hezbolá como estrambote surrealista al ALBA latinoamericano junto a Castro (Cuba), Morales (Bolivia) y Correa (Ecuador), entre otros.
Es verdad que el Chavez extravagante, populista y arbitrario que hemos conocido fue el resultado del fracaso de la política convencional dominada en la segunda parte del siglo XX por los democristianos de Caldera y los socialdemócratas de Carlos Andrés Pérez. Sin embargo, tampoco este flautista de Hamelin de los desheredados fue capaz de mejorar las condiciones de vida de los venezolanos en sus catorce años de poder por las buenas (formalmente democrático) después de quererlo detentar por las malas (intentona golpista en febrero de 1992).
Su libro de estilo se perdió en la literatura fantástica. Respondía a la etiqueta de «Socialismo bolivariano». En realidad era un manguerazo de palabras que se agotaban en sí mismas. Quiero decir que siguen ahí los índices de escasez, pobreza, violencia urbana e inseguridad jurídica, mientras el chavismo sigue pregonando sus proclamas populistas a favor de los humildes y en contra de os poderosos.
También siguen ahí los altos índices de inestabilidad política e institucional que deja el «comandante» a su muerte. Empezando por la incierta aplicación de las previsiones constitucionales sobre el ejercicio del poder cuando el ganador de unas elecciones muere sin haber tomado posesión. Es el caso de Chavez que, sin embargo, he cedido de hecho las funciones en el vicepresidente Maduro. ¿Pero cómo hablar de vicepresidente si no había presidente?
En teoría, es el presidente del parlamento (Asamblea nacional), Diosdado Cabello, quien ha de asumir los poderes del Ejecutivo y firmar antes de un mes la convocatoria de unas nuevas elecciones, aunque nadie diría que Maduro ha dado un paso atrás. Lejos de pacificar los ánimos, echado mano del libro de estilo chavista para acusar de magnicidio a «los enemigos de la patria» («Tenemos pistas», dice), la «derecha rancia», la «oligarquía imperialista» y cosas así. Mal comienzo de una etapa cargada de incógnitas.