Fernando Jáuregui – Siete días trepidantes – …Y el Príncipe estaba allí.


Para los españoles, que el Príncipe Felipe haya sido el representante europeo de mayor rango en las exequias del presidente venezolano Hugo Chávez resulta especialmente significativo. Primero, porque era al Rey a quien técnicamente correspondería, si su estado de salud lo hubiera permitido, haber estado en Caracas. Segundo, porque algunos círculos, con notoria miopía, han querido despachar como inconveniente la presencia del heredero de la Corona en un acto cuajado de representantes políticos ajenos a la democracia, entre ellos el ecuatoguineano Teodoro Obiang, o el iraní Amadineyad.

Escasa visión política, ya digo, la de quienes tal cosa afirman: no podía faltar el más alto representante institucional español en un acto en el que estaban, además, presentes los mandatarios de toda Latinoamérica. Una vez más, España era el «puente» con una Europa que, al menos a escala representativa, estuvo cicatera y torpe: Hugo Chávez simbolizaba, y simboliza, mucho más entre los países de su entorno que el dictador bananero en el que, simplificando demasiado, se ha querido convertirle. Mucho más que el personaje algo zafio al que el Rey Juan Carlos le dijo un día aquello de «¿por qué no te callas?».

Guste o no guste, con todos los reparos que desde una estricta democracia occidental se le quiera poner al asunto -y, desde luego, reparos no faltan, ya desde los primeros pasos que se están dando en el poschavismo–, Nicolás Maduro será el que gestione una quizá larga transición en Venezuela. Mal haría un país como España alejándose, precisamente en estos momentos, de una nación hermana, y además tan importante económica y estratégicamente. Me ha parecido, contra lo que otros dicen, un viaje oportunísimo el del heredero de la Corona española, al que ahora le toca hacer casi funciones de jefe de Estado. Don Felipe conoce bien Latinoamérica –ha ido a todas las tomas de posesión de los presidentes–, y le conocen bien en todas las naciones americanas. Y, hasta donde sé, creo que me consta la importancia que el futuro Felipe VI concede a las «nuevas» relaciones de España con lo que se conoce como Iberoamérica.

Por eso, para mí, en esta nueva semana de pasión política para los españoles, merece mucho más titulares la presencia positiva del Príncipe de Asturias en Caracas, en unos momentos en los que toda América Latina se interroga por su prometedor futuro, que todo ese hedor que produce una corrupción interna que no por pasada deja de ser preocupante. El Gobierno no ha querido, alguien sabrá por qué, estar presente, en sus primeros escalones, en la despedida de Hugo Chávez; pero allí estaba Don Felipe, que encarna muchas de las esperanzas de futuro que aún albergamos bastantes españoles. Al menos, esa imagen nos queda resumiendo una semana que, por lo demás, ha tenido muchos tintes negros.

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