Fernando Jáuregui – La semana política que empieza – Una «Cumbre» semanal que es más que eso.


MADRID, 10 (OTR/PRESS)

Los españoles sabemos que el jefe del Estado y el jefe del Gobierno mantienen un despacho semanal al que se ha dado un carácter habitual y rutinario. Tengo la impresión de que el encuentro entre Don Juan Carlos de Borbón y el presidente Mariano Rajoy este martes se enmarca en algo que, sin ser fácilmente definible, dista mucho de ser una reunión casi protocolaria más. Es el intercambio de opiniones -y de estrategias- entre dos hombres atribulados, las dos personas que tienen, teóricamente al menos, más poder de España y que tienen que remar en medio de un oleaje hostil que a ambos salpica… o más bien empapa.

Nos dicen que el Monarca, que reasume sus tareas aunque de manera limitada, despachará este martes con Rajoy. Normal. Lo que ocurre es que el convaleciente jefe del Estado se encuentra en un momento especialmente delicado de su vida profesional, si así puede llamarse, y lo mismo le ocurre, sin duda desde otros parámetros, al presidente del Gobierno.

El uno, presionado por los titulares casi diarios que hablan del «caso Noos» o/y del aún más espinoso, en mi opinión, «caso Corinna»; el otro, sumido en el dilema ante el nudo gordiano que le plantea alguien que, como el ex tesorero del PP Luis Bárcenas, parece empeñado en causar los mayores estragos posibles en el casco del barco del partido al que sirvió -digámoslo así_ durante tantos años. En ambas cuestiones se trata de problemas de enorme relevancia política y social: porque en torno a quien se hace llamar «alteza serenísima» se descubre una trama de intereses de Estado que habrá que explicar con luz y taquígrafos. Y el ex tesorero plantea un cuestionamiento serio a la manera como, durante un tiempo, afortunadamente ya pasado, se financió el partido que hoy gobierna a los españoles.

No por formar ya parte de la historia pierden ambos asuntos su candente -y abrasadora_actualidad. La Historia, aunque sea con minúscula, pasa siempre elevadas facturas a quienes la protagonizaron durante un tiempo. Y ya he dicho que los dos personajes más importantes en el presente de España se encuentran ante sendos nudos gordianos que habrán de desatar. Alejandro Magno resolvió el dilema sacando la espada y, en lugar de tratar de hacer lo imposible, desatar el nudo con sus manos, lo partió de un tajo. Por eso, se necesita ahora arbitrar soluciones radicales, tajantes, que ofrezcan la impresión de que la corrupción es algo definitivamente superado -en lo posible, claro; no seamos demasiado utópicos_ y que se está dejando atrás la inacción política, que puede hacer que los problemas se pudran, pero no que se solucionen.

El Rey y el presidente son personas pragmáticas, con sentido común y un elevado sentido del Estado, sazonado por una indudable veteranía; estoy seguro, por eso, de que la conversación entre ambos, en estos momentos, ha de ser muy jugosa. Espero que, además, sea fructífera para los intereses de todos nosotros, que es lo verdaderamente importante.

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