Isaías Lafuente – ¿Buenos aires para la Iglesia?


MADRID, 14 (OTR/PRESS)

La elección del cardenal Bergoglio como Papa Francisco ha sido un baño de humildad para los vaticanólogos clásicos y sobrevenidos, entre ellos nosotros, los periodistas, incapaces de vislumbrar esta posibilidad en las múltiples quinielas a pesar de que él fue quién le disputó el papado a Benedicto XVI en el anterior cónclave. Quizá aquella derrota le amortizó como candidato, pero ya se sabe que los caminos del Señor son inescrutables.

El nuevo Papa tiene ahora una difícil misión y el camino marcado. Su predecesor, el hombre que preguntó a Dios dónde estaba mientras se producía el Holocausto, el que le recriminó parecer dormido en algunos momentos de su pontificado, el que dejó en evidencia al Espíritu Santo al renunciar al papado, humanizándolo, el que pidió perdón por los escándalos de pederastia, tuvo una actividad frenética en los últimos días de su pontificado en los que renovó la cúpula del banco vaticano, forzó la renuncia de un cardenal acusado de pederastia, apartó a antiguos colaboradores de Tarsicio Bertone de la curia y ordenó guardar bajo llave el informe Vatileaks, los documentos secretos que revelan la corrupción dentro de la cúpula de la Iglesia, que podrá leer el nuevo papa cuando estime conveniente.

Si este Papa culmina la limpieza iniciada, ya habrá sido revolucionario. Y si después es capaz de abrir las ventanas incorporando a la mujer a la jerarquía de la Iglesia, eliminando el celibato obligatorio de sacerdotes y monjas, abriéndose en materia sexual hasta los límites de lo posible, aceptando las nuevas formas de familia, abriéndose a los nuevos retos que plantea la bioética, pasará definitivamente a la historia.

Su primera imagen nos mostró a un hombre cercano y sencillo, mostrando su bonhomía y buen humor bromeando ante el mundo con su nueva circunstancia. A los cardenales, después de la elección, les dijo: «quizá Dios os perdone por lo que habéis hecho». Los primeros perfiles nos muestran a un hombre austero, que abandonó el palacio para vivir en una modesta habitación, que se cocina lo que come, que viaja en metro por Buenos Aires, que patea los barrios más humildes de la ciudad para acercarse a los más desfavorecidos, muy crítico con la corrupción política en Argentina, y con una zona de sombra en su biografía que tendrá que aclarar sobre las acusaciones de connivencia con las juntas militares de su país.

El mundo, y no sólo sus 1200 millones de fieles, le observa entre la esperanza y la duda, alimentada por una historia repleta de esperanzas frustradas. Se verá. Sólo cabe esperar que este jesuita, parafraseando en negativo a su fundador Ignacio de Loyola, en tiempos de turbación, haga mudanza.

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